
Esta historia es la segunda de una serie sobre una pareja de picamaderos norteamericanos (Dryocopus pileatus) al lado del Río Clark Fork cerca de Missoula, Montana, EU. Si no escuchaste la primera parte, puedes empezar ahí… o empieza en medio con ésta!

21 de abril de 2024. Es una tarde soleada pero ventosa por el Río Clark Fork, una semana después de mi última visita a este lugar. Los días recientes han sido frescos, marcados por ráfagas de viento y una tormenta de nieve efímera. ¡Todo cambia muy rápidamente en esta temporada! Ya están brotando las hojas por el río donde hacía una semana los árboles estaban vestidos de gris. Ahora el bosque ribereño está perfumado por el aroma de los álamos negros (Populus balsamifera). El dosel está lleno de una neblina viva de color verde cobrizo. Esta vez estoy con mis amigas las fotógrafas Lea Frye y Rachel Ritacco, que vinieron de Helena. Decidí confiarles el secreto del nido de los picamaderos norteamericanos, sabiendo que van a cuidar el bienestar de las aves tan bien como yo.

Esta vez, escuchamos un picamaderos norteamericano antes de acercarnos al nido. Aún cientos de metros lejos, en la parte más comúnmente visitada del parque, encontramos un macho tamborileando en la parte muerta de un tronco ramificado de un álamo. El sonido viaja lejos a través del bosque primaveral.
El nido

Sin embargo, mientras nos acercamos al tronco donde está el nido, todo está quieto. El viento se escucha más fuerte aquí por el río, suspirando por el bosque. Unas golondrinas bicolores (Tachycineta bicolor) vuelan forrajeando energéticamente sobre el agua, pero el tronco muerto del álamo parece estar abandonado. ¿Se han ido los picamaderos para construir su nido por otro lado?
Justo cuando estamos a punto de irnos, el macho llega volando desde atrás, una sombra silente de rojo y negro. Mientras llega al tronco, la hembra sale del hueco—que claramente estaba ocupado desde que llegamos—y él entra, desapareciendo por completo. Es obvio que los carpinteros han profundizado el hueco mucho durante esta semana fría de abril. Cuando los observé la semana pasada, todavía sobresalían sus alas y cola al excavar.
Astillas de madera por la brisa
Observamos al macho por una hora y media. Generalmente, todo lo que vemos es un hueco negro en el tronco marrón claro del álamo. De vez en cuando podemos escuchar al picamaderos excavando, si escuchamos con mucha atención, un golpeteo quieto desde las profundidades del árbol. Finalmente, después de varios minutos de excavación, lo vemos extender la cabeza de la entrada, un contraste de sombras y plumas parcialmente iluminadas por el sol al oeste. Observa el mundo afuera en silencio por un buen rato—confirmando que no haya depredadores en el área, sospechamos. Finalmente, agarra bocados grandes de astillas de madera y los tira con un movimiento rápido de la cabeza. Me pregunto cómo se siente tener la boca llena de astillas secas de álamo. La brisa del oeste dispersa las astillas en un instante.




Dos semanas de excavar un nido

Tres días después, vuelvo a visitar a los picamaderos. Han pasado 13 días después de que primero los vi construyendo el nido. Hojas nuevas del tamaño de mis uñas están creciendo en los cornejos colorados (Cornus sericea). Los gorriones cantores (Melospiza melodia) están cantando y los carpinteros nuca roja (Sphyrapicus nuchalis) están tamborileando desde todas partes del bosque de álamo. Los arbustos están salpicados con telarañas orbiculares.

El sol lleva unas horas subiendo y el día apenas está poniéndose templado cuando llego al nido. Al inicio no veo ninguna señal de actividad, pero dentro de unos minutos llega el macho. Después de pausar en el exterior del tronco y meterse la cabeza en el nido con mucha precaución—¿checando por depredadores?—entra y comienza de nuevo la misma rutina de excavación que observé hace unos días con Lea y Rachel.
Pero esta vez, sólo pasa un ratito golpeteando y tirando astillas antes de que acontece algo diferente.
Una conversación entre los picamaderos norteamericanos

Escucho una sola llamada de otro picamaderos en la distancia, desde el otro lado del río. De inmediato la cabeza del macho aparece en la entrada del nido y él responde con una llamada. Al rato, llama de nuevo. No reacciono a tiempo, desafortunadamente, y no logro grabar las llamadas. Al encender mi micrófono y empezar a grabar, los picamaderos ya se han callado.
Es entonces que veo la hembra—o por lo menos supongo que ha de ser la hembra, aunque estoy demasiado ocupado grabando para levantar mis binoculares y confirmar. Vuela ondulando sobre el río, directamente hacia el nido. Ya que está cerca, da otra llamada. Sigue volando 10 metros más allá y aterriza en el tronco de un álamo vivo.
Esta vez el macho no sale del hueco. En su vez, empieza a golpetear dentro de la cavidad—un golpeteo claramente comunicativo, más rápido y ruidoso que sus sonidos de excavación.
La hembra vuela al nido. Parece que golpetea brevemente en la entrada. Ahora sí el macho se asoma y sale volando, retrocediendo por el otro lado del río. La hembra entra, pero sólo se queda unos segundos antes de seguir al macho volando.
Anidación en el bosque primaveral

¿Qué está pasando aquí? me pregunto. Parece que la cavidad ya está bien profunda, a lo mejor casi terminada. ¿Estaba la hembra buscando una cópula? ¿Ya está poniendo huevos, o pronto va a hacerlo?
La temporada de anidación definitivamente está progresando. Esta misma tarde, mientras camino por el río, un gorrión cantor se echa a volar en silencio desde los zacates casi debajo de mis pies. Me detengo inmediatamente. Buscando con cuidado, logro encontrar el nido, una canasta meticulosamente tejida sobre el suelo, escondida entre las hojas muertas del alpiste (Phalaris arundinacea) del año pasado. Adentro están por lo menos tres crías. Les tomo una foto y rápidamente las dejo en paz.
Mayo y una profusión de voces

Ya pasa casi un mes antes de que encuentro otra oportunidad para visitar a los picamaderos. Es una mañana lluviosa a finales de mayo. El aroma dulce y resinoso de las hojas de álamo permea el aire. Las copas de los álamos reciben el regalo de la lluvia constante y lo concentran en gotas grandes que salpican el follaje de los cornejos colorados por abajo.

Un chipe charquero (Parkesia noveboracensis), recién llegado desde sus tierras invernales—tal vez en México, tal vez en Colombia—está cantando fuerte cerca del brazo del río que protege el nido de demasiada atención. El tronco caído donde típicamente cruzo el agua está casi sumergido por el caudal primaveral. Las partes bajas de la zona inundable se han convertido en charcos alargados. Zorzales de anteojos (Catharus ustulatus) y zorzales cola canela (Catharus guttatus) que están haciendo escala aquí durante su migración están forrajeando en el suelo. A veces escucho sus llamadas suaves a través de la lluvia.
Al llegar al nido, busco un lugar relativamente protegido para sentarme debajo de un álamo y observar. Un maullador gris (Dumetella carolinensis) se está escondiendo en los arbustos cerca del territorio del gorrión cantor local. Otro chipe charquero está cantando desde los arbustos más densos detrás de mí.
¿Incubación?

Tengo que esperar mucho a que aparezcan los picamaderos. Finalmente, la hembra llega en silencio y se percha en la entrada del nido. Veo que no está cargando alimento ni nada más en su pico. Espera ahí por un buen rato, inclinando su cabeza un poco. Miro al otro lado en un instante importante, así que no veo exactamente qué pasó—pero de repente un picamaderos norteamericano está volando hasta lejos, cruzando el río. Un minuto después veo al otro picamaderos asomarse del hueco. Pronto desaparece, quedándose adentro.
Había pensado que en esta temporada estarían alimentando sus crías, pero lo que estoy viendo no cuadra. ¿Todavía están incubando huevos?
Cuando checo en Birds of the World, decido que casi tienen que estar incubando aún. Se supone que el periodo de incubación dura unos 18 días, y durante este periodo los adultos están reservados y quietos. Pero sólo tres días después de eclosión, “los pichones suenan como colmenas.” Es claro que aún nos falta llegar a la etapa de colmena.
El crecimiento de junio

No puedo regresar de nuevo a la isla hasta el 13 de junio, una mañana soleada dentro de un periodo de mañana soleadas. La combinación de las lluvias de mayo y el sol de junio ha hecho todo crecer rápidamente. El bromo suave (Bromus inermis) y el alpiste están a punto de florecer; la cola de caballo (Equisetum spp.) está verde y cubierta en rocío; y las copas de los álamos brillan en verde dorado donde el sol las toca. El deshielo de las montañas ha subido el caudal del río aún más. Cruzar el brazo del río por el tronco caído me parece un poco precario, y mientras sigo el sendero hacia el nido las únicas huellas que veo en el barro son las de los venados.

Esta vez, no tengo que esperar la actividad por el nido. Ni siquiera tengo que acercarme para verlo. De repente la voz poderosa de un picamaderos norteamericano resuena por el bosque y atisbo la espalda de uno de los papás mientras se aleja volando a través de los árboles. Cuando llego a ver el nido, deduzco que tuvo que ser el macho que vi volar: la hembra sigue cerca, cien metros a la izquierda, forrajeando en el tronco de un álamo vivo. Mientras se mueve a una rama muerta más chica que sobresale del tronco y empieza a golpearla fuerte, usando su pico como cincel y tirando pedacitos de corteza, saco mi micrófono y empiezo a grabar.
El pichón

Poco a poco, llego a darme cuenta de otro sonido, que se escucha desde el nido. Es una llamada ronca e insistente, repetida una y otra vez. El autor del sonido es un picamaderos pichón, su cabeza saliendo impaciente del hueco. Cuando la hembra vuela a otro álamo más cercano y da su fuerte quiquiquiquiquí, las quejas del pichón se aumentan. La hembra espera unos segundos más y vuela al nido, atiborrando el pico del pichón con comida. Ella se retira al árbol donde antes llamaba, da una llamada más, y vuela para el sur. El pichón se calla, pero pronto vuelve a asomarse por la entrada del nido.

Aproximadamente media hora después llega el macho. Arriba sin avisar y el pichón sólo mendiga por unos segundos antes de que el picamaderos papá lo alimenta. Después, papá vuela al mismo árbol donde mamá antes llamaba. Ahí se queda por unos segundos, a lo mejor tomando un poco de espacio antes de resumir sus responsabilidades. Llama una vez más y desaparece, siguiendo el río al oeste.
Ya llegamos al final de la segunda parte de esta historia sobre los picamaderos norteamericanos. ¡Regresa al comienzo de junio para la tercera parte, donde vamos a finalizar la historia!
Leer más
Bull, E.L. y J.A. Jackson. (2020). Pileated woodpecker (Dryocopus pileatus), versión 1.0. En Birds of the World (A.F. Poole, editor). Cornell Lab of Ornithology, Ithaca, NY, EU. https://birdsoftheworld.org/bow/species/pilwoo/cur/introduction
