

Esto iba a ser una narración sobre los picamaderos norteamericanos. Pero entonces intervino una situación histórica, y no pude ignorarla. Vamos a llegar a los picamaderos, te lo prometo, pero primero tenemos un viaje por delante…
Los vientos calurosos de marzo golpean el avión mientras subimos hacia el cielo, rompiendo la tranquilidad de la selva baja caducifolia por abajo y emitiendo gases calientes de la combustión de organismos marinos ancianos. Mirando hacia afuera, le digo un adiós silente a la tierra huatulqueña que se ha vuelto un segundo hogar para mí. Ya hemos ascendido más arriba del Cerro Huatulco; el lecho seco del Arroyo Todos Santos pasa en un instante y entonces estamos girando hacia la costa, un giro amplio sobre la tierra natal de mi pareja y generaciones de su familia. Adiós por ahora, mis seres queridos, que Dios los cuide.
Santa María Huatulco ya ha desaparecido de la vista, pero dejé una parte de mi alma en el jardincito frente a la casa. Sé que Carito y nuestra familia lo van a mantener regado en mi ausencia. Los tomates todavía están verdes, pero cortamos epazote esta mañana antes de ir al aeropuerto. Ayer sembré caña del abuelo Teo en un guacal al lado de la calle.
Despedidas

Girando, el avión sigue girando, luego se nivela de nuevo, yendo en paralelo a la costa. El agua se ha bajado aún más en la Laguna El Zarzal, donde observé un chorlo gris (Pluvialis squatarola) en el barrizal en diciembre, rodeado por el círculo protector de los mangles. Rápidamente pasamos La Crucecita, todos los hoteles turísticos y la expansión urbana de Bahías de Huatulco, el campo de golf por Tangolunda, la boca del Río Copalita donde los chorlos de collar (Anarynchus collaris) se esconden en la arena.
Giramos de nuevo y la tierra sigue disminuyéndose hacia la anonimidad mientras fijamos el rumbo hacia Ciudad de México y lugares más al norte. Antes de la madrugada, si todo va bien, voy a estar en Missoula, Montana, EU. Sigo mirando a través de la ventana y trazo el curso del Río Copalita aguas arriba hasta Santiago Xanica, donde los primeros bosques de encino empiezan y zapoteco todavía es una lengua viva, y entonces me pierdo por un rato, sin puntos de referencia mientras cruzamos el bosque de pino, las montañas y los valles estrechos, muchísimas montañas, de la Sierra Sur. Adios, Santa María Huatulco.
Un tiempo crucial

Esto no es ningún viaje normal. Ya llevamos dos meses de la segunda presidencia de Trump en Estados Unidos, y todos los reportes que he estado viendo me hacen temer que mi país de origen está cayendo hacia una dictadura. Algunos de mis amigos y familiares republicanos interpretan las cosas diferente y siguen creyendo que Trump está luchando contra la corrupción y tiene los mejores intereses de todos en su corazón. Quisiera poder creerlo. Unos días antes de mi vuelo, la policía de Trump arrestó a 261 migrantes en Estados Unidos, los acusó de estar vinculados a una pandilla violenta—sin evidencias, sin juicio—y los llevó a una cárcel diabólica en El Salvador. Cuando un juez federal les ordenó regresar los aviones, lo ignoraron. “Ups, demasiado tarde,” publicó Nayib Bukele, el dictador de El Salvador.
Al llegar a Salt Lake City y estar listo para pasar por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos, tengo un dolor de cabeza horrible por el estrés.
Buscando nuestra humanidad compartida
Paso por la inmigración sin incidente, protegido (hasta ahora) del terrorismo de Trump por mi piel blanca y mi pasaporte estadounidense. Un agente de seguridad bromea con sus compañeros sobre DOGE, la entidad informal que Trump creó ilegalmente sin la aprobación del Congreso a través de la cual Elon Musk, la persona más rica del mundo, ha estado derrumbando servicios federales, favoreciendo sus propias empresas y ganando acceso a información sensible sobre las cuentas bancarias e historia de salud de los ciudadanos estadounidenses. Me alivia ver el lado humano de estos agentes de seguridad, interactuando con los pasajeros sin agresión y bromeando frente a la situación dura. Mientras Trump intenta convertir a mi país en un estado policial fascista, nuestra humanidad compartida—migrantes, ciudadanos, policías—es una defensa crucial.
Pienso en mis compañeros en el vuelo de la Ciudad de México, un hombre mayor de Michoacán que lleva varios años viviendo en Oregón y su esposa de Pinotepa Nacional, Oaxaca, que está visitando Estados Unidos por la primera vez. Tuvieron que esperar tres años para obtener su permiso migratorio. Su valentía en cruzar la frontera en este tiempo me fortaleza, y espero que hayan pasado sin problemas.
La resistencia

Llego a Missoula con un sentido cauteloso de esperanza. No da la impresión de una comunidad vencida por dos meses de ataques contra la democracia, la humanidad y la naturaleza. Al contrario, percibo que la tormenta—mientras Trump y sus aliados ultrarricos nos muestran los extremos del comportamiento humano pervertido—nos está uniendo. La comunidad es la resistencia. Los actos de amabilidad a nuestros prójimos son la resistencia. Decir no al fascismo es la resistencia. Y cuidar una conexión sana con la tierra es la resistencia.
Y así — me conecto de nuevo con esta tierra y comunidad missoulienses que amo. Visualizo mis siguientes pasos para vivir hacia un mundo floreciente, conectado con la naturaleza, aunque los que están afligidos con la enfermedad de la codicia y el poder lo quisieran destrozar. Hablo con mi pareja desde la orilla helada de la primavera montanense y siento el llamado de los mangos madurando en los vientos calurosos de marzo. Y mientras arraigo mi ser de nuevo en mi relación con esta tierra montanense, recuerdo la familia de picamaderos norteamericanos que conocí aquí la primavera pasada…
Los picamaderos norteamericanos

Primero conozco a la pareja de picamaderos norteamericanos (Dryocopus pileatus) al lado del Río Clark Fork a mediados de abril. Los álamos negros (Populus balsamifera) están floreando. Las hojas de los cornejos colorados (Cornus sericea) todavía no han emergido. De vez en cuando una mariposa velo de duelo (Nymphalis antiopa) o una mariposa de Milbert (Aglais milberti) pasa aleteando. El golpeteo del picamaderos norteamericano macho apenas se nota en el álamo negro que la pareja ha escogido para construir su nido al lado del cauce del río. Lo observo por unos 20 minutos, posándose vertical en el tronco muerto y golpeteándolo, pausando regularmente para sacar bocados de astillas.

Finalmente escucho una llamada quiquiquiquiquí en la distancia y él le responde. Unos minutos después, se repite la misma llamada y respuesta. Y entonces la hembra llega, aterrizando al lado lejano del tronco. Él se echa a volar. Ella se acerca al hueco y comienza de nuevo con el proceso de excavación. Golpetea la madera sin hacer mucho ruido. Tira las astillas en silencio.
Investigo sobre el proceso de excavar un nido. Suele durar de tres a seis semanas en Oregón, según Birds of the World. 23 días en Kentucky. ¡Órale!
Mínimo tres semanas para que una pareja de picamaderos norteamericanos construya su nido. Tres semanas golpeando un árbol muerto obstinado, cortando un hueco con sus picos fuertes, construyendo una fortaleza para las crías. Pienso en qué tan dedicados son estos padres.

Excavando un hogar

Dos días después, vuelvo a visitar a los picamaderos norteamericanos. Es una mañana soleada después de un chubasco breve en la noche. La hembra está perchada afuera por el tronco, trabajando el hueco, mientras me acerco con cuidado. Pero me distraen unos patos que están alimentándose en un tramo ondulado del río—patos de collar (Anas platyrhynchos), patos frisos (Mareca strepera) y dos cercetas alas verdes (Anas crecca). Cuando vuelvo a checar el tronco, la hembra ha desaparecido.
Quince minutos después, el macho llega, siguiendo el río aguas arriba. Comienza una labor larga de golpetear y tirar astillas. Ya el hueco está mucho más profundo que la vez pasada. Él todavía está excavando desde afuera, pero ya tiene que agacharse mucho para sacar astillas. Muchas veces sólo puedo ver las puntas de sus alas y cola, apenas sobresaliendo del hueco.

Está notablemente callado, especialmente en comparación con los carpinteros de pechera comunes (Colaptes auratus), los cuales puedo escuchar cada par de minutos desde el bosque alrededor. Finalmente, por pura suerte, logro grabar unas llamadas del picamaderos.
La tierra de los picamaderos norteamericanos

Sentándome aquí entre los álamos negros y cornejos colorados, los otros sonidos de esta tierra se filtran poco a poco hacia mis huesos. Un gorrión cantor (Melospiza melodia) da interpretaciones largas cerca de mí, su canto melodioso formando el estribillo del paisaje de sonidos mañanero. Una de sus perchas está entre las ramas de un cornejo colorado en la orilla del río. Otra está más alto, en el dosel de un álamo joven. En la distancia, otro gorrión cantor contesta desde el otro lado del río.

El bosque caducifolio de esta zona inundable es extenso, un paisaje pintado por los troncos grises de los álamos que ascienden sobre una capa baja de cáñamo americano (Apocynum cannabinum), varas de oro (Solidago spp.) y gramíneas invasoras. Para algunas personas los álamos podrían resultar aburridos en esta temporada sin hojas, pero para el hábitat de la vida silvestre son árboles increíbles, aportando alimento, abrigo y cavidades para la anidación.
Puedo escuchar las señales de esta abundancia en la banda sonora de abril: los picamaderos norteamericanos no son las únicas aves que utilizan cavidades acá. Varios carpinteros de pechera comunes llaman y tamborilean de vez en cuando. Los carpinteros nuca roja (Sphyrapicus nuchalis), recién llegados de sus tierras invernales en el norte de México y el suroeste de Estados Unidos, dan sus tamborileos desacelerados desde ramas secas, defendiendo territorios a lo largo de este bosque. Una parvada de golondrinas bicolores (Tachycineta bicolor) se arremolina por el río, dando sus llamadas líquidas.
La voz de los picamaderos norteamericanos

El picamaderos norteamericano macho sigue excavando, generalmente en silencio. Una vez, un carpintero de pechera común aterriza cerca. Inmediatamente decide mejor no quedarse. El picamaderos empieza a llamar fuerte y sigue al carpintero, advirtiéndole que no piense en regresar. Después, el picamaderos vuelve al árbol del nido. Otra vez, mientras el gorrión cantor da su estribillo en el fondo, el picamaderos llama sin ninguna inspiración visible, el quiquiquiquiquí poderoso que avisa al bosque entero que un picamaderos está por aquí.
Pero por lo general sólo escucho su golpeteo quieto, apenas audible sobre la conversación ruidosa del río.
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Bull, E.L. y J.A. Jackson. (2020). Pileated woodpecker (Dryocopus pileatus), versión 1.0. En Birds of the World (A.F. Poole, editor). Cornell Lab of Ornithology, Ithaca, NY, EU. https://birdsoftheworld.org/bow/species/pilwoo/cur/introduction