

Es una tarde a finales de abril cerca del Río Clark Fork unos kilómetros afuera de Missoula, Montana, EU. El canto del cáñamo americano (Apocynum cannabinum) no es nada obvio, a diferencia de los tordos sargentos (Agelaius phoeniceus) que están cantando desde los álamos temblones (Populus tremuloides) al otro lado del río. No llama la atención como los gritos de los estorninos pintos (Sturnus vulgaris) que están anidando en las cavidades de los álamos negros (Populus balsamifera). Pero el cáñamo americano tiene un canto también, un estribillo que toca con el viento. Lo puedo oír esta tarde mientras los tallos muertos del año pasado susurran en el aire, raspando las hojas secas de su vecino el alpiste (Phalaris arundinacea).
Conocer a las aves es flotar por un rato, imaginarnos la vida con alas, cantar en celebración. Conocer a las plantas es algo más lento, más quieto, pero igualmente poderoso. Tener una conexión con las plantas es echar raíces, vincularnos con la tierra. Las aves nos cuentan de migraciones; nos invitan a pensar globalmente, superar fronteras, reconocer hábitats y quizás olvidarnos por un tiempo de los grandes costos ambientales de viajar en avión mientras intentamos imitar sus vuelos. Las plantas nos invitan a ir más despacio, arraigarnos en nuestra tierra local, respirar y perdurar en el movimiento circular de las estaciones.
El cáñamo americano y la herencia cultural
El cáñamo americano tiene una herencia cultural que lleva generaciones incontables por el continente norteamericano. Desde hace más siglos que puedo imaginar, varios pueblos originarios usan las fibras duraderas de los tallos para hacer cuerdas. Cuando yo era niño en la parte central de Carolina del Norte, aprendí esta práctica antigua de torcer fibras vegetales para hacer cuerdas. Había un parche pequeño de cáñamo americano ahí por la terracería que daba acceso al sistema de desagüe. Ya reconocí la planta, pero no sabía cómo cosechar sus fibras en ese entonces. En su vez, torcía una cuerda mucho más débil de las hojas del tule (Typha sp.) que crecía en un humedal local.

Años después en Montana, leyendo el libro de Tom Elpel Foraging the Mountain West, finalmente aprendí cómo procesar las fibras del cáñamo americano. (También puedes ver una explicación en un video por Sarah Corrigan de Roots School aquí). Una vez visitando a mi mamá en Missoula, Montana, conocí a un parche lindo y extenso del cáñamo por el Río Clark Fork. Ese invierno recolectamos los tallos secos de color borgoña. Le mostré a mi mamá cómo torcer una cuerda, y pensé en todas las generaciones de personas que han recolectado esta planta y que la han agradecido por todo lo que da.
Luego, mientras tomaba clases universitarias en línea durante la pandemia de covid, seguí haciendo cuerda del cáñamo americano y la usé para tejer una canasta en forma de espiral con las agujas del pino ponderosa (Pinus ponderosa). Antes del fin de la pandemia, el cáñamo y el pino se habían transformado en una canasta de cosecha.
Brotando

Y todo eso me trae de vuelta a abril de 2024. Mientras los tordos sargentos y estorninos pintos cantan de la primavera al lado del Río Clark Fork, los tallos del cáñamo del año pasado me susurran en el viento. Debajo de los álamos, aún no puedo ver ningunos brotes nuevos. Sólo están las semillas a punto de partir de sus cápsulas, llevando paracaídas delicados de seda, suspendidas de los tallos del año pasado, que cantan con el viento.
Sobre las gravillas al borde del río, sin embargo, el sol ya ha calentado la tierra pedregosa. En la base de los tallos muertos, retoños nuevos han comenzado a brotar. Decido prestar más atención a estas plantas este año, tomar notas. ¿Si me detengo para observarlas, qué van a enseñarme?

El crecimiento de mayo

La próxima vez que logro visitar al cáñamo, es una tarde a finales de mayo. Un chubasco está azotando las gravillas, tamborileando sobre la grama (Agropyron repens) y perlando las hojas nuevas del cáñamo. Las plantas han crecido rápidamente en el último mes. Aquí donde el sol calienta las gravillas, los nuevos brotes rojos ya tienen más de 30 centímetros de altura. Los tallos muertos del año pasado, ya blanqueados, siguen erguidos al lado.

Ya los chipes amarillos (Setophaga petechia) han completado su viaje migratorio y regresado a los álamos. Los playeros alzacolita (Actitis macularis) llaman frecuentemente en la orilla del río. Para el cáñamo, es la temporada de crecimiento rápido hacia el cielo. Los brotes tiernos saltan para arriba con todo el abasto de energía que guardó la planta el año pasado. Pero cuando entro en la sombra del bosque debajo de los álamos, veo que los brotes del cáñamo siguen muy atrasados, con sólo unos cuantos centímetros de altura. Aquí encuentro también los nuevos brotes del orozuz silvestre (Glycyrrhiza lepidota), empezando su propia carrera hacia el cielo.


El colibrí

El chubasco pasa. Las aves alrededor del cáñamo se mueven de nuevo y continúan con sus cantos. Estoy mirando dos carpinteros nuca roja (Sphyrapicus nuchalis) en un cornejo colorado (Cornus sericea), agarrando áfidos de las hojas, cuando de repente aparece un colibrí unos 15 metros en frente de mí. Es un zumbador garganta rayada (Selasphorus calliope), una hembra con los flancos anaranjados, y se está cerniendo en los extremos de los tallos del cáñamo del año pasado. ¿Qué rayos podría estar haciendo ahí?

De repente, pienso en una posibilidad: ¿está recolectando la pelusa de las semillas que permanecen, usándola en la construcción de su nido? Me apuro para sacar mi cámara, pero no logro enfocarla bien y se va el colibrí. Me deja preguntándome si realmente vi lo que pienso que vi. Unos minutos después, regresa ella y se percha en una rama del cornejo colorado. Sigo esperando que visite el cáñamo de nuevo, pero simplemente se echa a volar, desapareciendo. Espero varios minutos más, pero no vuelve a visitar. Me deja con un misterio.
Una araña entre los tallos

La próxima vez que visito, son mediados de junio. Una cigarra está cantando desde los álamos arriba del parche de cáñamo. Unos papamoscas del oeste (Contopus sordidulus) chiflan desde arriba, y una araña negra del tamaño de un grano de mostaza espera en su telaraña de múltiples capas. La telaraña está suspendida de la estructura de un tallo descolorido de cáñamo del año pasado. Está salpicada con las polillas diminutas que la araña ha atrapado. A unos metros, una libélula (Plathemis lydia) descansa sobre otro tallo envejecido del cáñamo.

Los nuevos brotes han crecido muchísimo durante el último mes, así como sus vecinos las gramíneas y el orozuz silvestre. Los tallos todavía están flexibles y verdes, las hojas al tamaño completo pero tiernas aún, sus venas pálidas haciendo un fuerte contraste. Enfocado en la araña, paso sin suficiente cuidado y lastimo una hoja, de la que sale una gota de savia lechosa. Esta savia sabe muy amarga, una pista fuerte a los que se comieran esta planta: ¡Soy fuerte medicina, no me comas!
El cáñamo americano sobre las gravillas

Donde el cáñamo crece sobre las gravillas en la orilla del río, los grillos de primavera (Gryllus veletis) están cantando entre tallos de cáñamo americano que alcanzan a mi cintura. Como era de esperar, este parche sigue adelantado en comparación con el cáñamo en la sombra. Los tallos están echando ramas y los botones florales ya están visibles. Los playeros alzacolita cantan al otro lado del río mientras toco la menta (Mentha arvensis) que está creciendo debajo del cáñamo y respiro su fuerte aroma refrescante.

Hago planes para checar al cáñamo de nuevo en julio. Quiero pasar un día o más observando los insectos que visiten sus flores. Pero el verano se me escurre, el otoño también, y yo migro al sur con los chipes amarillos a la tierra natal de mi pareja en Oaxaca, México, los costos ambientales de viajar en avión siempre presentes en una esquina de mi mente. El cáñamo americano se queda, arraigado en las gravillas del río. Una parte de mí se queda con él.
Pasos lentos hacia las plantas
El cáñamo americano no crece aquí en Oaxaca; su distribución termina en el norte de México, desiertos y montañas lejos de aquí. Extraño este amigo familiar. Poco a poco, estoy encontrando mi lugar aquí, haciendo nuevas amistades. Incluso con las plantas. En mis caminatas en la mañana o en la tarde, tomo fotos de las que me llaman la atención e intento aprender algo de ellas. Muchas personas me dicen los nombres locales, y trato de recordarlos. Aprendo, se me olvida algo y aprendo de nuevo, poco a poco, cosas pequeñas de la riqueza viva de la sabiduría tradicional oaxaqueña, los usos y relaciones con las plantas locales.

En nuestra casa, también, las plantas me están ayudando a arraigarme. No hay espacio para un jardín, pero estoy haciendo composta con nuestros desechos orgánicos y algunas hojas caídas. La mezclo con la tierra que las lluvias llevan a la calle para llenar maceteros y guacales. He plantado el jengibre que nos dio el abuelo Teo, rábanos, albahaca, tomates, hierbabuena y un bejuco de maracuyá que me regaló mi amigo Joel. Saqué las semillas de los tomates y las fermenté antes de plantarlas: tres variedades, una roma comercial y dos de tomates criollos locales. Las primeras matas ya han empezado a florecer. Quizás habrá tomates antes de que yo tenga que regresar a Montana a mediados de marzo.
Con las plantas, está bien ir poco a poco: ellas están justo aquí, pacientes, esperando a que aprendamos. Como dicen mis amigas Cat Raan y Syd Morical, las herboristas que fundaron la organización Wild Wanders en Missoula, cada paso lento hacia las plantas es un acto de sanación, para nosotros y para la tierra.
Los escarabajos del cáñamo americano

Mientras sigo leyendo más sobre el cáñamo americano, encuentro un artículo escrito por Mary Ann Borge, una naturalista basada en Nueva Jersey que ha hecho el tipo de observaciones de insectos del cáñamo que no logré hacer en 2024. Comparte fotos de la variedad de abejas, mariposas, escarabajos y moscas que ha visto visitar las flores. Su artículo también me introduce al escarabajo del cáñamo americano (Chrysochus auratus), un herbívoro de verde iridiscente que se especializa en estos cáñamos y sus parientes. A ver si veo un escarabajo de éstos este año.
Las fuertes fibras del tallo del cáñamo nos dan cuerda y mecate. Nos conectan a esta planta, a la tierra donde vive y a miles de generaciones de tradiciones indígenas. Para mí, el cáñamo americano se ha tejido en mi vida por los recuerdos de mi juventud, las fibras de mi canasta de cosecha, los hilos de esta historia, mi gratitud por todo lo que esta planta me enseña y todo lo que nos da. El cáñamo me invita a arraigarme en mi tierra local.
Arraigarse

Mi aprecio por esta planta ha crecido con cada visita, y un mundo entero ha empezado a mostrarse. Tallos muertos cantando en el viento de abril. La seda de un nido de colibrí, la estructura que sostiene una telaraña. La percha de una libélula, las fibras duraderas que me conectan a la tierra. Para mí, el cáñamo americano se ha vuelto parte del latido del corazón de este bosque.
Las plantas nos esperan con paciencia—por donde estemos—invitándonos a ir más despacio, a echar raíces, a respirar y ajustar a lo largo del ritmo circular de las estaciones. Su invitación es un canto, leve pero firme. Los tallos del cáñamo americano susurran en el viento de abril. ¿Lo puedes oír?
Leer más
Borge, M.A. (2014, 8 de julio). What good is dogbane? The Natural Web. https://the-natural-web.org/2014/07/08/what-good-is-dogbane/
Corrigan, S. (2017, 9 de noviembre). How to harvest and process dogbane for natural fibers. Roots School. https://www.youtube.com/watch?v=e5vPyRWGvDs
Kimmerer, Robin Wall. (2013). Braiding sweetgrass: indigenous wisdom, scientific knowledge, and the teachings of plants. Minneapolis, MN: Milkweed Editions.
Oregon Department of Transportation. (2011, 21 de septiembre). Soft as silk — strong as steel: the living heritage of Apocynum cannabinum. https://www.youtube.com/watch?v=8xgfQzpwnn0