

Lo reconocí inmediatamente, esa llamada enfática, esa chibiú desde el pino ponderosa (Pinus ponderosa) en el cerro. Estaba en el Condado de Rosebud, Montana, EU con Grant Hokit, mi colega y mentor, una mañana al comienzo de julio. Mientras viajábamos a través del estado por nuestro trabajo, nos habíamos detenido para hacer unas observaciones de la naturaleza. Fue una llamada que nunca jamás la había escuchado en Montana, pero algo en mi mente hizo la conexión al ave que había conocido el invierno pasado en los secos Valles Centrales de Oaxaca, México: un tirano chibiú (Tyrannus vociferans), un tipo de papamoscas ruidoso cuya distribución reproductiva alcanza su límite norteño en Montana.
Las conexiones entre Montana y Oaxaca se habían vuelto especialmente importantes para mí en los últimos seis meses. En enero, Carito Cordero y yo nos habíamos conocido en Oaxaca y nos habíamos enamorado. Ya 3500 kilómetros lejos de ella haciendo mi chamba veraniega como biólogo de campo, la voz del tirano chibiú me ayudó a sentir conectado a través de la distancia. Saqué mi micrófono y lo grabé.
Sobre las alas de un tirano chibiú

Ahora estamos a finales de noviembre. Estoy de vuelta en Oaxaca con Carito. Mientras escucho la grabación del tirano chibiú y pienso en cómo su historia se entrelaza con la nuestra, su llamada me trae de vuelta a Montana en julio…
El tirano chibiú está llamando desde el dosel de un gran pino ponderosa que se queda solo en un cerro donde la arenisca se mezcla con el zacate Stipa comata y otras plantas nativas de la pradera. El pasto espiguilla (Bromus tectorum), una planta invasora, sólo ha invadido un poco acá. Grant y yo estamos en la zona de transición entre habitats: por abajo está la pradera, por arriba un bosque seco y abierto de pino ponderosa donde la tierra sube hacia el oeste. Las flores blancas del chicalote (Argemone polyanthemos), gigantes y luminosas, salpican la pendiente debajo de los pinos. Más abajo, el verde-gris pálido de un parche de artemisa (Artemisia cana) sigue la cañada. El tirano chibiú sigue llamando desde el pino solitario.

El canto de las aves y el calor de julio

En esta temporada cuando la actividad reproductiva pico de las aves se difumina en el calor seco del verano, por todas partes escuchamos la viva huella vocal de este lugar. El parche de artemisa es suficientemente grande para albergar un gorrión de Brewer (Spizella breweri), que da su trino musical en el fondo. En la distancia, de vez en cuando oigo los cantos de los praderos del oeste (Sturnella neglecta) desde la llanura. Unos tiranos pálidos (Tyrannus verticalis) y dos gorriones arlequín (Chondestes grammacus) comparten la transición entre pradera y bosque de pino con el tirano chibiú. Una calandria castaña (Icterus spurius) revolotea entre un arbusto de agrito (Rhus trilobata) y luego aterriza en el pino solitario, cantando. En la distancia, registro unas aves más del bosque de pino: un papamoscas del oeste (Contopus sordidulus), un carpintero de pechera común (Colaptes auratus).
Finalmente, Grant y yo logramos ver los tiranos chibiú además de escucharlos. Están por lo menos dos en el pino, y uno está cargando un insecto en el pico. Es una fuerte indicación de que hemos encontrado un territorio de anidación: cargar un insecto así sugiere que esta ave tiene crías cerca.
Lo agridulce de septiembre

Los meses tórridos del verano siguen. El cielo de Montana se enturbia con tormentas eléctricas, luego con periodos de humarada. Mi temporada de estudios en el campo llega a su fin. A mediados de septiembre, mientras una marea de aves cantoras migra a través de Montana hacia el sur y hace escala en los álamos y cerezos para forrajear, me preparo para la transición inminente de Montana a Oaxaca. Estoy súper emocionado por estar de nuevo con Carito, a la vez que siento el peso de despedirme de mis amigos y mi familia, del Lago Helena, de los ríos y praderas y álamos de mi estado. Escribo:
¿Sienten las aves cantoras la nostalgia
durante las despedidas de septiembre?
¿O sólo soy yo él que se pregunta
sobre el giro inexorable de las estaciones
entre las hojas rojas marchitadas del cornejo
y los orbes negros jugosos de los cerezos
donde las aves hacen escala por un momento o dos
rumbo hacia el sur? Me pregunto si ellas también
llevan en el alma la impresión de cada lugar
donde han vivido y donde van a vivir. No sé—
sólo sé que el fresco aire otoñal me toca así.
Mis alas están cargadas con memorias y esperanzas
y sigo adelante hacia un futuro que no puedo saber.
La migración otoñal
El 22 de septiembre, el pajarero Dalton Spencer observa cuatro tiranos chibiú en el Condado de Treasure en la parte sudeste de Montana—la fecha más tarde del año que nunca se ha registrado esta especie en el estado. En la conversación que emerge en Facebook, unos pajareros señalan que muy pocas personas han hecho observaciones en el otoño en esa parte de Montana. A lo mejor algunos tiranos chibiú se quedan más tarde en el otoño que lo que ya sabemos, sugieren. Tres días después, siguiendo la trayectoria hacia el sur de los tiranos, vuelo para Oaxaca.

Tres semanas después, a mediados de octubre, vuelvo a encontrar los tiranos chibiú. Carito y yo estamos cerca de Tamazulápam del Progreso en el interior de Oaxaca, entre cazahuates (Ipomoea sp.) en floración y campos de maíz criollo delimitados por nogales y girasoles silvestres. Caminando entre los campos mientras el día envejece hacia el atardecer, me encuentro rodeado por tiranos chibiú. Docenas de ellos están perchándose en las copas de los árboles, dando sus llamadas chibiú, aleteando hacia abajo para atrapar insectos sobre los girasoles. Bandadas pequeñas vuelan sobre mi, rumbo al este hacia el viento ligero. En total, cuento 55—más tiranos chibiú que nunca he visto en mi vida.
Tiranos chibiú de Montana a Oaxaca

Acá estamos cerca del límite sur de la distribución reproductiva de esta especie. Pero la temporada de anidación se terminó hace meses, y con tanta concentración de tiranos, estoy seguro de que lo que estoy viendo es su migración en vivo. Tiranos chibiú de los tres cuartos norteños de la distribución reproductiva están evacuando las Grandes Llanuras y los desiertos norteños para agruparse aquí, en las partes central y sur de México. Unos cuantos van a seguir un poco más al sur, llegando al Estado de Chiapas; tal vez unos vayan a llegar a Guatemala. Me pregunto si hay tiranos en este grupo que pasaron el verano en Montana.
Noviembre en Oaxaca

Avancemos hasta mediados de noviembre. Otra vez Carito y yo estamos en el hábitat de los tiranos chibiú: esta vez, el seco valle central en las afueras de la capital Oaxaca de Juárez, visitando a sus tíos. Una mañana fresca y nublada, camino calles de tierra entre una profusión de girasoles silvestres y guamúchiles (Pithecellobium sp.) esparcidos. Un jilguerito dominico (Spinus psaltria) está dando un silbido triste desde los girasoles, donde ya está una abundancia invernal de aves. Muchas de ellas son migrantes del norte, aves las que conozco desde el verano de Montana. Ya están concentradas en este embudo de tierra entre el Oceano Pacífico y el Golfo de México, en un hábitat que lo están compartiendo con muchas aves residentes de Oaxaca. Enfocadas en alimentarse y evitar depredadores, se muestran sólo en atisbos breves. La mayoría llama sólo raras veces.

El hábitat aquí es un mosaico: los guamúchiles y girasoles se mezclan con cultivos de maíz, tomate verde y cempasúchil, cultivados a una escala mucho más humana que la de la agricultura completamente industrializada a la que estoy acostumbrado en Estados Unidos. En la distancia escucho una radio y un martilleo: los albañiles están añadiendo cada vez más casas al mosaico. Pero la expansión urbana acá es relativamente dispersa y las casas son del tamaño de una casa, en vez de los mansiones extravagantes que dominan la construcción nueva alrededor de las ciudades de Montana. Éste es un lugar donde la presencia humana es obvia, sin embargo hay mucho hábitat para las aves, también.
Una abundancia invernal de aves

Tiranos chibiú y tiranos pálidos llaman de vez en cuando desde los guamúchiles y los cables eléctricos. Están compartiendo este hábitat invernal con dos parientes cercanos, el tirano pirirí (Tyrannus melancholicus), que vive todo el año acá, y el tirano tijereta rosado (Tyrannus forficatus), un ave migratoria desde la parte sur de las Grandes Llanuras. En la distancia, dos caracaras quebrantahuesos (Caracara plancus) descansan en un árbol. Un verdugo americano (Lanius ludovicianus) canta desde otro guamúchil—hasta que una hembra del cernícalo americano (Falco sparverius) se echa a volar de un poste eléctrico por la calle. Desciende hacia el verdugo, aprovechando la posibilidad de cazarlo. El verdugo bucea entre las ramas del guamúchil, buscando refugio.

Mientras aves como el tirano chibiú me ayudan a tejer las conexiones entre mis lugares especiales en la naturaleza por Estados Unidos y los que ando conociendo en Oaxaca, siempre ando checando mapas de distribución y aprendiendo cosas nuevas sobre especies que pensé que las conocí bien. Los jilgueritos dominicos, tan abundantes hoy entre los girasoles, son residentes durante todo el año en este valle. Sin embargo, sus llamadas me transportan al día en septiembre cuando escuché estas mismas llamadas en el jardín de mi mamá, en Missoula, Montana, al límite norte de las tierras del jilguerito dominico.

Hilos de conexión

Un saltapared cola larga (Thryomanes bewickii) empieza a cantar energéticamente desde otro guamúchil cercano. Otro residente de todo el año en este valle, el saltapared cola larga visita Montana raras veces. Lo he visto allá una sola vez. Pero el canto me lleva miles de kilómetros lejos de aquí hasta las tuyas gigantes (Thuja plicata) y los jardines urbanos del barrio en Seattle, Washington donde viven mis amigos Greta y Augie. Es un canto que lo escucho cada vez que los visito.

Un rascador oaxaqueño (Melozone albicollis) empieza a llamar mientras música se escucha en el fondo. Esta ave, también, en un residente en este valle. Extremadamente común en el interior de Oaxaca, su distribución se limita a un par de estados al sur de México. Mientras que el saltapared cola larga y el jilguerito dominico me conectan a mis lugares especiales tan lejanos, el rascador oaxaqueño me recuerda a estar aquí, en el presente, en este lugar y momento único.
Más aves se muestran en destellos de movimiento y frases cortas de canto y llamada. La red de conexiones sigue creciendo. Una parvada de gorriones arlequín se mueve por los girasoles, luciendo plumas blancas en sus colas. Como los tiranos chibiú, me llevan de vuelta a esos pinos ponderosa y chicalotes de julio entre las llanuras de Montana, al borde entre el bosque y la pradera.
Conectando los mundos

Tres gorriones chapulín (Ammodramus savannarum) emergen de donde se escondían entre la maleza y se perchan al lado de un cuicacoche pico curvo (Toxostoma curvirostre). Los gorriones chapulín me traen memorias de junio en Montana, cuando su canto parecido a un insecto llenaba la pradera. Un gorrión de Lincoln (Melospiza lincolnii) que se agacha detrás de una flor de girasol teje el hilo de conexión entre esta tierra y los sauces y presas de castores en las sierras de Montana, donde el canto de esta ave, ahora silente, era el latido del corazón del verano.

¿Cómo lo hacen, estas aves cantoras intrépidas, estas manchitas de 20 gramos? En septiembre, tantas están volando al sur por la noche que aparecen en el radar. ¿Cómo conectan mis dos mundos, tan cercanos y tan lejanos a la vez, sobrevolando muros, ciudades, superando obstáculos, volviendo año tras año sin importar quién sea elegido presidente, cuáles guerras horribles empecemos o logremos terminar?
Pienso en un poema que escribí en 2021 sobre la migración de las aves, mientras tomaba clases universitarias en línea y pasaba todas las mañanas tempranas que pudiera afuera con las aves, tratando de mantenerme con los pies en la tierra. No había conocido a los tiranos chibiú en ese entonces, pero ya que lo leo, pienso en ellos:
Casi ingrávido
La oscuridad empuja contra las ventanas,
repelida por el amarillo demasiado brillante
del foco sobre la cama. Truenos rompen la calma antes del alba
mientras el radar de la migración brilla austeramente en el celular,
un pulso de naranja profunda, cambiando en panoramas de diez minutos
sobre la silueta de Montana. La migración alcanzó el pico
entre las 10:00 pm y la 1:20 am, el radar intensificándose
desde naranja hasta un blanco ardiente. Mientras yo dormía
en la suave oscuridad de la noche de mayo,
estaban viajando, miles y miles, casi ingrávidos,
chipes y gorriones empapados y cansados, alas partiendo nieblas invisibles,
nubes estrato y cúmulo oscuras, navegando, de alguna manera
cielos mojados sobre pliegues negros de cerro y sierra
abanico aluvial y artemisa acre, y la oscuridad más suave
de los bosquecillos por el arroyo borboteando,
hojas tiernas y nuevas de los cerezos,
flores plumíferas de las grosellas doradas,
goteando ligeramente en la noche.
El trueno golpea otra vez mientras mis ojos se ajustan
al foco demasiado brillante que detiene la noche
y me visto: el calor áspero de las mallas,
pantalones semipermeables para repeler la lluvia,
el olor rico y familiar de la camisa cuadriculada de lana,
hoja de datos también cuadriculada abrochada en el cuaderno
en el bolsillo del chaleco marrón bien usado.
El impermeable borgoña susurra con rigidez, metido
en la mochila con termo caliento de té.
El amanecer
Luego al amanecer camino por la mañana empapada
sintiendo la goma fría de los binoculares en mis manos
cámara pesando sobre mi cintura, relámpagos
destellando sobre los pliegues verde gris cambiables de cerro y sierra
al oeste. Las melodías atronadoras de los praderos
saludan la mañana por todos lados. Saco el cuaderno y garabateo
reduciendo el asombro a datos cuadriculados, pero el asombro se queda
mientras las grullas grises trompetean como músicos ancianos
latiendo contra nuevos zacates verdes. Los silbidos nostálgicos
de gorriones cola blanca me llaman adelante,
pasando el tictac y zumbido ordenado
de los gorriones sabaneros, perchándose
en los tallos de alfalfa del año pasado, reluciendo
dorados ya. El aire ligero toca la luz matutina
en los zacates de verde brillante. Puedo oírlos crecer.
El gorrión cola blanca, cantando desde la basura sobre el cerro rocoso,
me llama adelante de nuevo, y me encuentro al lado del rugido suave
de la torrente crecida y lodosa del arroyo. El sol brilla como cobre
en las hojas nuevas del bosquecillo de cerezos silvestres. Un rascador moteado
rasca en la fragancia húmeda de hojas en descomposición
por abajo. Ponte la cara cerca de la tierra
y puedes oír el susurro y clic
de chicharritas y arañas por la piel de la tierra.
Pero no puedes oír las orugas masticando metódicamente
mientras millones saborean las hojas cobrizas de los cerezos.
Sólo puedes detectar el staccato pídidi de la piranga capucha roja
mientras se mueve considerada por las hojas,
comiéndoselas. Sólo el chac sorprendente de la mascarita común
mientras ella hace lo mismo, los destellos de marrón, amarillo, negro
de chipes empapados y cansados, cazando orugas.
Volviendo a la primavera
Mientras el planeta se lanza alrededor del sol y el hemisferio norte se inclina imperceptible, implacablemente hacia la primavera, los tiranos chibiú estarán ahí, también, volando al norte, llegando donde los pinos ponderosa crecen entre arenisca y chicalotes. Quizás ellos, también, van a pensar en los girasoles de noviembre donde los jilgueritos dominicos llaman entre los guamúchiles y anhelar Oaxaca.
