

Es una mañana seca en septiembre y el sol sale anaranjado en una densa humarada. El olor es la primera cosa que noto cuando salgo de la casa al jardín de mi mamá en la zona urbana de Missoula, Montana, EU. Es tan densa que el Monte Sentinel, cinco kilómetros lejos, sólo aparece como una vaga silueta azul por el humo.
Pero en la profusión de girasoles silvestres (Helianthus maximiliani) y hierba de abeja (Cleome serrulata) en la esquina del jardín, los jilgueritos canarios (Spinus tristis) y jilgueritos pineros (Spinus pinus) están alimentándose de las semillas de los girasoles. Contra el trasfondo de los incendios forestales y un clima cada vez más hostil, aún quedan cosas que podemos hacer para aportar hábitat a los seres vivos que son nuestros prójimos.

Los gatos y los incendios forestales

Un carro pasa en la calle con mucha prisa. La mayoría de los jilgueritos canarios y pineros saltan volando y retiran hacia el abrigo de las ramas altas de un olmo de Siberia (Ulmus pumila), uno de varios en el vecindario. Un gato doméstico se escabulle entre las plantas, una mascota bien alimentada con los instintos de un asesino, acechando aves cantoras por diversión.
Hay una cerca rodeando la mayor parte del jardín para impedir la entrada de los venados, y también suele disuadir a los gatos. Pero los girasoles están fuera de la cerca. Y no son todos en el vecindario que saben que los gatos al aire libre causan la mayor cantidad de muertes directas de aves que podríamos evitar. Los gatos matan a más de 1,300 millones de aves por año solo en Estados Unidos. Aquí, los gatos siguen merodeando por las calles, y los girasoles—aunque claramente a las aves del barrio les interesan—no son completamente seguros.
Al siguiente día el humo está peor, y al siguiente también. Una capa sutil de cenizas desde el incendio más cercano, el Incendio de Sharrott Creek 39 kilómetros al sur, cubre mi carro. Bebo un té de menta que coseché del jardín en un esfuerzo para calmar mi garganta seca, irritada y áspera con humo.
Esperando la lluvia

Veo una noticia sobre los incendios por Bolivia, donde se han cancelado las clases presenciales en las escuelas por seis de los nueve departamentos del país por la humarada ahogante. Al checar un mapa de incendios activos y de las concentraciones de partículas finas en la atmósfera, veo con consternación que la situación actual en Sudamérica es mucho peor que la situación ya mala en el oeste de Estados Unidos. Desde la Amazonía brasileña hasta Bolivia y Paraguay, una extensión masiva de Sudamérica está salpicada con incendios y oprimida por humo. Cuando le mando los mapas a mi amiga Margaret, ella resume la situación: “estamos jodidos.”

Mientras tanto, los jilgueritos pineros y canarios siguen forrajeando, día tras día, en los girasoles con su plaga de gatos. Un jilguerito dominico (Spinus psaltria) aparece, más pequeño que el jilguerito pinero, y da llamadas lastimeras. Un chipe corona negra (Cardellina pusilla) aletea por el zumaque (Rhus trilobata) y el cerezo silvestre (Prunus virginiana), cazando insectos y llamando intensamente.
La música de la lluvia

Finalmente llega la lluvia, llevada por un frente frío otoñal. Me despierto escuchando las gotas rítmicas de lluvia que tamborilean alegremente sobre el techo de acero del cobertizo. El emparrado sobre la puerta de la casa canta la música de la lluvia. Un pato de collar (Anas platyrhynchos) hembra ha aparecido en el charco al lado de la calle, graznando de vez en cuando.

Sobre el pavimento de la calle, los charcos corren rápidamente hacia el desagüe. La lluvia que hemos estado rogando fluye hacia el Río Clark Fork, contaminada con una película de aceite de motor.
En el centro de Helena, Montana, la lluvia causa inundaciones por Last Chance Gulch. Por una tarde, la calle se vuelve un río asfaltado. Y entonces la lluvia preciosa se nos escurre, lluvia buscando plantas y humedales para recibirla.
No hay ni charcos en el jardín de mi mamá ni escorrentía. El verde de las plantas parece más vibrante ya. Hojas de parra y hojas de girasol silvestre, hojas de vara de oro y hojas de hierba de abeja, hojas de olmo de Siberia y la hojarasca del año pasado golpetean y gotean con lluvia. El mantillo de astillas de madera que cubre el suelo y ayuda a conservar humedad durante la sequía ya absorbe el agua. Dentro del suelo, me imagino que las raíces y el micelio están regocijándose.

El cambio climático y el té de menta
Entre sequía e incendios, olas de calor y periodos atípicamente templados seguidos inmediatamente por el frío amargo del Ártico mientras la corriente polar en chorro se vuelve más débil: el cambio climático está estresando a la vida, en este jardín y por toda la Tierra. Una infección de hongos ocasionada por el cambio abrupto de temperaturas el invierno pasado mató a un chabacano (Prunus armeniaca) en el jardín de mi mamá este año. En Montana ya hemos aprendido a anticipar el humo de incendios cada verano. Este año, lo hemos soportado por dos meses enteros. Desde mi juventud en el Estado aledaño de Idaho, 20 años atrás, no tengo ninguna memoria de ni un solo verano así.
Los jilgueritos pineros han regresado a los girasoles. Bebo otra taza de té de menta del jardín. Durante este tiempo de tanto estrés, las aves y las otras criaturas necesitan nuestra ayuda más que nunca. Y comienza aquí, alrededor de nuestras casas y en nuestras comunidades.
La escritora Leah Rampy, quien escribió Earth and Soul: Reconnecting amid Climate Chaos, plantea:
“Antes de ofrecerle nuestra ayuda a esta Tierra, necesitamos dedicarnos a ser más conscientes de las vidas alrededor de nosotros. Pero aún más, necesitamos aprender de ellas…. Nuestro reto es abrazar un ritmo nuevo y a la vez anciano de escuchar profundamente como prerrequisito para la colaboración creativa con toda la vida.”

Sobreviviendo

Esta colaboración, con los animales y plantas que nos rodean y entre nosotros, puede ayudarnos a sobrevivir. Pienso en cómo mi amiga Cathryn Raan, herborista y cofundadora de la empresa missouliense Wild Wanders, me enseñó sobre los olmos de Siberia (Ulmus pumila). Estos árboles, comunes en el barrio de mi mamá y vistos por muchas personas como maleza, nos dan una corteza interna mucilaginosa en la primavera. Como la menta desde el jardín, es una medicina reconfortante para nuestras gargantas atacadas por el humo.
Recuerdo que mi mamá y yo pizcamos una cantidad de esta corteza interna en mayo de 2023, cuando el humo desde incendios forestales en Canadá estaba cubriendo Montana. Ahora decido checar el joven olmo que crece al lado del jardín, cerca del callejón, del que podamos una rama esa primavera para sacar la corteza. El olmo parece estar prosperando a pesar de la adversidad. Sus ramas delgadas sobrepasan mi cabeza. Sus hojas están repletas de gotas de lluvia.
En los girasoles en la esquina del jardín, los jilgueritos canarios y pineros siguen forrajeando. Mientras los escucho, pienso en todas las plantas que podemos cuidar—plantas que podrían ayudarlos, y ayudarnos, a sobrevivir el cambio climático.



