

Los chipes rabadilla amarilla (Setophaga coronata) están entre los chipes más comunes de Norteamérica. Se estima que hay 170 millones de ellos, aves pequeñas y elegantes, vestidas en amarillo, gris y negro. Pasaron el verano anidando a través de una vasta extensión de bosque conífero al norte del continente, cantando desde los pinos y píceas. En septiembre los vi migrando al sur, ola tras ola cruzando las tierras frías donde vivo en Montana, Estados Unidos. A finales de este mismo mes, empezaron a llegar en Oaxaca, México, donde muchos se quedarían por el invierno. En diciembre, los seguí por avión. Durante los vuelos a Oaxaca, pensando en los chipes y su migración tan inimaginable, escribí este poema.
Volando por la noche turbulenta
en un ave mecánica, dentro de un caparazón
de aluminio, plumas de vuelo que nunca se mudan
viendo los mismos pinchazos cuadriculares de luz por abajo
que los chipes vieron mientras volaron por la vasta oscuridad nocturna
hace dos meses, corazones latiendo rápidamente. Despidiéndonos, ellos y yo
del Valle de Helena, de estas curvas en particular de riachuelo y montaña
donde conozco bien a las plantas, los macollos dormidos de los zacatones,
los brotes de los cerezos silvestres en borgoña y gris, la leonada exuberancia otoñal
de las semillas de vara de oro, el movimiento reluciente y los cantos somnolientos
de los insectos del verano.
Nuestro cohete de aluminio sigue la cordillera
apurándose hacia el sur, mientras al este un susurro rojizo del amanecer
se difumina hacia cobalto sobre el puñal del ala izquierda
y la silueta anciana de la sierra.

Pasan horas y otras cápsulas del tiempo, propulsándose
sobre montañas y mesetas desérticas, y entre el humo de la Ciudad de México
algún papamoscas atrapa insectos al lado de la pista
y flores amarillas lucen por debajo de los nopales.
Sobre el muro

La migración de los chipes es algo que me da mucho asombro y que todavía no comprendo muy bien. Aleteando por la noche, sobrevuelan un muro intrascendente, tal vez sin percibirlo, una barrera estrecha que, por alguna crueldad de la vida, parece definir demasiado a nuestra existencia humana en nuestros dos países. A las aves migratorias, supongo, les vale madres. Viven una existencia que reconoce una sola tierra, abarcando desde las montañas empinadas de Canadá, esculpidas por glaciares, hasta los mangos y guajes de Oaxaca, algunos siguiendo hacia el sur por los volcanes de Mesoamérica hasta llegar a no sé dónde.
Por eso vine a Oaxaca. Por las conexiones, por la riqueza de intercambio que puede acontecer cuando reconocemos que somos una sola humanidad viviendo en una sola tierra, conectada por las aves, por las mariposas monarcas, por las vastas corrientes de aire y atmósfera. Y cuando tratamos de aprender las lenguas de nuestros vecinos de otro país, de intercambiar historias, pensamientos y convivencia, pues quizás el mundo se vuelve un poco más bonito.
La gentrificación y el turismo

Vine buscando ese tipo de conexión—pero no quiero pretender que todo sea de flores lindas y de chipes. Veo una cara fea del turismo, algo que se trata no del intercambio sino de la explotación, y lo mínimo que puedo hacer es no ignorarlo. Para mí como gringo, es muy fácil cruzar el muro; para mis amigos mexicanos, los trámites son mucho más complicados. Y el simple y cruel hecho de que hay una tasa de cambio entre el peso y el dólar de 16 a uno hace que mi dinero de repente vale mucho más en México. Mientras tanto, si un mexicano quiere conocer a Estados Unidos, es nadar contra la corriente económica, cambiar pesos difícilmente ganados por escasos dólares que apenas alcanzan en un país donde todo está caro.

En los últimos años, varios extranjeros han aprovechado de este gradiente de la riqueza para mudarse a México, comprar casas y vivir más o menos en lujo. Como resultado, los precios aquí en México han subido también, haciendo la vida aún más difícil para la gente local de escasos recursos. Este fenómeno de la gentrificación me preocupa. Ni mencionar los ejemplos más feos y dramáticos, como Cancún, una ciudad que no existía antes de 1970.
Qué pasó en Cancún

Vender el paraíso tropical a extranjeros les ha traído éxito económico a algunos hoteleros y agentes inmobiliarios, pero parece no haber beneficiado mucho a las comunidades mayas locales, según el documental El tren y la península, que investiga este tema con relación al proyecto disputado del Tren Maya. Mientras tanto, el desarrollo de Cancún ha impactado fuertemente al medio ambiente y les ha dado a los más de ocho millones de turistas que visitan cada año la impresión de que tomar vacaciones de lujo es algo que merecen, ignorando el sufrimiento que están causando. A eso le digo: ¡mierda! No conozco soluciones a estos complicados problemas sistemáticos—pero sé que no puedo hablar de la conexión y el intercambio sin reconocer estos temas difíciles también.
A pesar de las penas de la gentrificación—y a pesar de que yo, como güero del norte, vengo aquí como un representante involuntario de un sistema de desigualdad que no soporto—he conocido a muchas personas increíbles aquí en Oaxaca. Personas que me han dicho que recibir al viajero con amabilidad es algo fundamental de su ser, de su código moral. Ojalá que el viajante no se olvide de reciprocar esta amabilidad—y que mis paisanos estadounidenses no se olviden de darles la bienvenida igualmente a los viajeros que visiten nuestras comunidades. El respeto recíproco es fundamental al intercambio cultural. Como dijo Benito Juárez, “el respeto al derecho ajeno es la paz.”
De Montana a Oaxaca (y de vuelta a Montana)

Esta historia es la primera en una serie que va desde las tierras frías de Montana hasta las montañas, valles y humedales de Oaxaca. La serie va a seguir los hilos de conexión con personas, aves y tierras en las dos regiones y entre ellas. Espero que estimule un intercambio entre nuestra gente, un intercambio que enriquezca nuestras vidas y nuestra conexión con nuestras tierras, que contribuya a los profundos conocimientos que podemos tener de nuestras tierras locales el marco de las aves que no conocen fronteras, que conectan nuestro continente en una sola, diversa entidad.
Ahora vamos a regresar a los chipes. Ya hemos seguido su migración otoñal al sur con un poema. Hemos considerado el muro y nuestra humanidad conectada y complicada a los dos lados. Ahora vamos a conocer a los chipes en la ciudad de Oaxaca en el invierno. Luego, vamos a saltar dramáticamente al norte para ver la llegada de la primavera en Montana. Vamos a esperar a que los chipes lleguen en un lugar donde se me ha crecido una relación profunda con la tierra. Ésta es una historia de vislumbres efímeros, instantáneas de una increíble migración que sólo podemos tocar imaginándola. Así que volvamos a conocer a los chipes—y no olvidemos de traer nuestras imaginaciones con nosotros.
El Parque Las Canteras, Oaxaca de Juárez

Ya estamos a finales de enero. Amaneció despejado en el Parque Las Canteras, y un alboroto de golondrinas alas aserradas (Stelgidopteryx serripennis) llenó el aire sobre el estanque. El parque, una cantera abandonada en la ciudad capital de Oaxaca, es un pequeño oasis para las aves dentro de los edificios y las calles. Ahora, tres horas después del amanecer, las voces de otras aves se unen con el martilleo de los albañiles desde el barrio. Puedes escuchar los chillidos de los luisitos comunes (Myiozetetes similis), las voces graves de las palomas alas blancas (Zenaida asiatica) y tortolitas cola larga (Columbina inca), el canto hermoso del pinzón mexicano (Haemorhous mexicanus)—y por todas partes, las llamadas de los chipes.

Chipes en la ciudad

Donde las ramas aromáticas de un gran pirul (Schinus molle) cuelgan con frutas secas y rosadas, los chipes rabadilla amarilla están forrajeando, saltando ágilmente por las hojas. Dos calandrias castañas (Icterus spurius) se están moviendo más despacio por el follaje. Un colibrí berilo (Saucerottia beryllina) pausa entre el dosel del pirul y entonces, de repente, se va zumbando. En la distancia, otra bandada de chipes rabadilla amarilla está cazando insectos, acompañada por unos chipes cabeza gris (Leiothlypis ruficapilla) y chipes corona negra (Cardellina pusilla).

Por todo el invierno, la ciudad de Oaxaca se llena de chipes migratorios. Los chipes rabadilla amarilla, chipes cabeza gris y chipes corona negra son especialmente comunes acá. Revolotean por los árboles en el Zócalo, viven dentro del ajetreo de la vida cotidiana y llaman desde cada jardín.
Cerca del comienzo de abril, la frecuencia de las observaciones de los chipes empieza a disminuirse en la ciudad. La migración primaveral está comenzando. Al llegar a mayo, los últimos de estos chipes migratorios van a tomar vuelo, rumbo al norte.
Al norte

La tierra que conozco bien está 3500 kilómetros al norte, en el estado de Montana, Estados Unidos, cerca de la frontera con Canadá. Es una tierra intensa y bonita, con largos inviernos de nieve y frío. Las plantas pasan la temporada fría escondidas en raíces y tubérculos, aguantando el aire y los cambios de temperatura. Y cuando la primavera venga, viene con exuberancia.
Hay un lugar en Montana que he venido a conocer íntimamente en los últimos años. Ya vamos a llegar allá, en la primavera, cuando la nieve está desvaneciendo. Estamos al lado de un arroyo, al punto donde las montañas se encuentran con el valle. Aguas arriba, el agua pasa por bosques de pino (Pinus), ayarín (Pseudotsuga menziesii) y enebro (Juniperus), burbujeando por parches bonitos de sauces (Salix) y álamos temblones (Populus tremuloides). Se derrama por los embalses de los castores (Castor canadensis) y entonces llega aquí, al margen del valle, donde el bosque conífero se convierte en praderas secas de gramíneas e hierbas.
Desde abril hasta mayo

Llegamos aquí al comienzo de abril, mientras que los chipes están comenzando a marcharse de Oaxaca. Nevó un poco más anoche, pero el sol está cada día más fuerte. Ya que llegamos hacia mediodía, toda la nieve nueva se ha descongelado. El paisaje está saturado con la anticipación de la primavera. De vez en cuando escuchamos los praderos del oeste (Sturnella neglecta) que han regresado desde sus tierras invernales, que abarcan desde Nayarit, México hasta Illinois, Estados Unidos. Los mirlos primavera (Turdus migratorius) están de vuelta también, forrajeando entre las gramíneas muertas del año pasado, donde los insectos y arañas se han vuelto activos después del invierno duro.
De repente, vemos a un halcón pequeño lanzarse por el cielo. Sólo lo vemos por unos segundos; desaparece rápidamente, rumbo al sur. Su vuelo espanta a una bandada de azulejos pálidos (Sialia currucoides) que estaban forrajeando escondidos entre las gramíneas. Se echan a volar, una tempestad de plumas azules aleteando sobre nosotros.

Ya saltemos a finales de mayo, cruzando casi dos meses del rápido cambio primaveral en un segundo. El paisaje se ha transformado como si fuera un mundo diferente. No hay ni un pensamiento de nieve; el invierno se ha retirado hacia las alturas de las montañas. Ya están presentes más de cincuenta especies de aves en este tramo corto del arroyo, más del doble el número de dos meses antes. Las aguas están energéticas y lodosas, rebosando sobre las orillas del arroyo, y el paisaje se ve verde con gramíneas nuevas y las hojas de los arbustos. Escuchamos los praderos del oeste por todos lados, y ya hemos encontrado sus primeros nidos, escondidos en el suelo bajo las gramíneas viejas.
Conectados por chipes

Los chipes han regresado también. Escuchamos los chipes amarillos (Setophaga petechia), que van a quedarse aquí para anidar, desde los cerezos silvestres, o capulines del norte (Prunus virginiana), al lado del arroyo. Una inundación de chipes rabadilla amarilla—contamos 46 de ellos—atrapa insectos entre las hojas nuevas de los alisos (Alnus) y sonda los brotes donde los cerezos pronto van a florecer. Ellos y varios de los otros chipes de hoy—los chipes corona negra y los pavitos migratorios (Setophaga ruticilla)—van a seguir adelante en su migración, buscando sitios reproductivos más alto en las montañas o más al norte hacia Canadá.

Al llegar a junio, los chipes rabadilla amarilla van a haber pasado. A este tramo de arroyo le faltarán sus cantos y su actividad. Vamos a haber entrado en la cima de la temporada reproductiva, otro capítulo en la infinidad de historias de las aves migratorias que entrelazan este continente.
Pero los chipes rabadilla amarilla han dejado huellas en nuestras vidas: aquí en Montana, en la capital de Oaxaca y en cientos de lugares entre los dos y más allá. Su migración sigue siendo algo fuera de nuestra comprensión, divisada en fragmentos, el resto imaginado. Pero aun así, los chipes tocan nuestra sensibilidad. Y nos conectan, vinculando lo particular y lo global, vinculando las relaciones profundas que podemos formar con la tierra donde vivimos a la diversidad interconectada de tierras y gente que forman nuestra cordillera, nuestro continente y nuestro planeta compartido.
Un comienzo

Desde la conexión que todos podemos tener con la tierra donde vivimos, desde el muro que los chipes ignoran y la gentrificación que no puedo ignorar, desde una cantera abandonada en Oaxaca de Juárez y las tierras frías de Montana, empezamos esta serie de la conexión por la naturaleza a través de América. El mes que viene, vamos a seguir con la historia. Y mientras tanto, te invito a reflexionar sobre estos temas. Te invito a pensar en los chipes rabadilla amarilla donde vives y en cómo los hilos de conexión de estas aves se entrelazan con tu conexión particular con la tierra. Hasta el próximo mes.
Beautiful. Thank you for sharing! Cannot wait to follow along on this important journey.
Thank you, Andrea! Very glad to hear your thoughts about this story!
Woow, vengo descubriendo este blog ahora que vine a visitar a un amigo en Montana, viajando desde Minnesota. Vivo en Chihuahua, México y conocí las aves que emigran en el invierno al desierto Chihuahuense. Me llamó la atención sobremanera tu información acerca de la gentrificación y estoy de acuerdo. Te felicito por este blog.
Hola José Roberto, muchas gracias por dejar un comentario, me da mucho gusto saber de ti y escuchar de tus experiencias con las aves en el desierto chihuahense durante el invierno! Y sí, me parece que lo de la gentrificación es un problema por muchos lados, aún no tengo ni idea de las soluciones. Cordiales saludos y que todo te vaya bien en el viaje.