12 de enero de 2023
La primera cosa que vemos es una mata de plumas blandas y grises, tumbada suavemente sobre la nieve donde no había ningunas plumas una hora antes. Luego vemos una segunda mata de plumas. Hay unas gotas de sangre cerca, al borde del sendero. ¿Qué pasó acá?
Estoy con las fotógrafas Lea Frye y Rachel Ritacco esta mañana, siguiendo un sendero a lo largo del Río Missouri bajo de la Presa de Hauser. Sólo un corto viaje desde Helena, Montana, esta área es una de pocas en el paisaje cercano en la que el agua se mantiene descongelada durante el invierno. Por eso provee un refugio invernal para los animales.
Y bien si las aves cantoras se han quedado silenciosas durante esta mañana fría y gris, hemos podido ver la abundancia de este lugar por la diversidad de patos presentes aquí. De vez en cuando, parvadas de patos chillones (Bucephala clangula) y patos islándicos (Bucephala islandica) se deslizan por delante con un silbido de alas. Hemos visto un grupo de mergos mayores (Mergus merganser) cazando peces. A veces unos patos monja (Bucephala albeola) bucean y resurgen en la corriente. Esos patos son minúsculos en comparación con los patos chillones e islándicos. Hemos pasado por delante de grupos pequeños de patos friso (Mareca strepera) y patos pico anillado (Aythya collaris), sumado al esporádico pato de collar (Anas platyrhynchos).
Aparte de los patos, la mañana ha estado inesperadamente silenciosa. No hemos visto ni aves carboneros (Poecile) ni bajopalos (Sitta). Sólo hemos escuchado las notas esporádicas – eep – de un clarín norteño (Myadestes townsendi) desde los abetos de Douglas (Pseudotsuga menziesii) y los juníperos (Juniperus scopulorum) que crecen en las laderas debajo de las barrancas imponentes. De vez en cuando hemos visto un águila cabeza blanca (Hailaeetus leucocephalus) batiéndose poderosamente por delante.
Muerte al lado del sendero
Sucede mientras estamos caminando de vuelta por el sendero: la vida silvestre invernal nos recuerda que hay mucho más ocurriendo por acá que se les aparecería inicialmente a los ojos. Estas plumas suaves y grises las que vemos ahora no habían estado acá cuando pasamos una hora antes. Ni habían aparecido entonces las gotas de sangre que ahora salpican la nieve.
Buscamos por todos lados y hallamos un manojo de plumas de vuelo que descansa cerca del sendero. Éstas son plumas robustas, de color gris oscuro. Son asimétricas y apenas curvadas, lo que nos significa que han venido desde una ala izquierda. Es claro que son demasiado grandes por haber pertenecido a algún mirlo primavera (Turdus migratorius) u otro pájaro cantor. “¿Podrían haber sido parte de una paloma común (Columba livia)?” nos preguntamos. Hemos visto varios grupos de palomas hoy, volando en escuadras estrechas sobre las barrancas imponentes y anaranjadas que nos sobrepasan.
Miramos la escena. A un lado del sendero, un gran abeto de Douglas se extiende hacia el cielo. Al otro lado están las plumas, tiradas bajo del abeto y cañón abajo, empujadas así por el viento. Podemos ver una mata de artemisa justo debajo del sendero. Más lejos, cuesta abajo, la corriente opaca y verde del Río Missouri se desliza por delante.
¿Y qué es eso al otro lado de la artemisa? Una forma oscura está encima de la nieve. ¡Es el cadáver de un pájaro! Hubiéramos pasado por los restos sin verlos excepto por los ojos agudos de Lea y las plumas esporádicas en la nieve.
Más pistas
Miramos el cadáver de cerca. No hay ningunas huellas en la nieve blanda alrededor de él. La falta de huellas nos indica que esta muerte no fue culpa ni de un zorro ni un coyote: el depredador que atrapó este pájaro poseía alas.
Ya no sobra mucho del cadáver excepto las plumas. El depredador sí tuvo hambre. Sólo quedan harapos pequeños de músculo. Se le quitó la cabeza. Sin embargo, la ala derecha sigue intacta, un abanico de plumas de vuelo de color gris oscuro con un cuadro de plumas blancas ubicado en la parte interior. Las palomas comunes no tienen un cuadro blanco así en la ala. Éste no es una paloma; es un pato.
Además es un pato bien pequeño, mucho más chiquito que un pato de collar o un pato chillón. Y entre el tamaño y el patrón de la ala, podemos estar bastante seguros en una identificación: éste es un pato monja (Bucephala albeola). Según los colores del plumaje, es una hembra – o tal vez pudiera ser un varón adolescente.
La vida y la muerte de una pata monja
Ella (o tal vez él) salió al mundo del cascarón en un nido que se situaba en una cavidad excavada dentro de un árbol. Los patos monja no excavan sus propios nidos. Esta pata probablemente nació en el nido abandonado de un carpintero de pechero común (Colaptes auratus). Comenzó su vida o en las montañas de Montana o en el bosque boreal más al norte.
Hace solamente una hora, ella buceaba en la corriente helada del Río Missouri, atrapando caracoles o insectos acuáticos. Y ya se ha transformado. Sus alas forman un montón débil en la nieve: una fuente de comida para escarabajos y moscardas cuando la primavera se acerque. Y las energías de sus músculos ya se han convertido en parte de un depredador alado.
Sospechamos que fue un águila cabeza blanca (Haliaeetus leucocephalus) – o tal vez una de las águilas reales (Aquila chrysaetos) que a veces planean sobre estas barrancas. Presuntamente el ave rapaz se posó en la cima del abeto de Douglas cercano mientras se alimentaba, las alas de la pata flotando hacia abajo por la brisa del cañón.
¿Qué es la muerte, de verdad? ¿Es una tragedia, una pérdida, una transformación inmensa? Igual a tantas cosas en la naturaleza, está fuera de conocimiento alguno. Fuera de ciencia. Llena de misterio.
Por mí, cada vez que salgo en la naturaleza y me maravillo, es una invitación a tocar lo más allá. Vivimos en un mundo lleno de transformación y misterio, nacimiento y muerte. No puedo saber qué significa ser un pato monja y morir, así como aún no sé lo que significa morir como humano.
Asombro – e ¿Inteligencia Artificial?
Este asombro, este sentido de lo inescrutable, está al centro de mis escrituras. No podemos saber cómo es, ser un carbonero que encuentre insectos casi invisibles en un capulín. Jamás podremos comprender el mundo por los sentidos de una polilla de seda mientras transforme de pupa a adulto alado, ni pararnos enraizados en la cima de una colina a lo largo del frío invernal y la sequía veraniega como pueda una planta en cojín. No obstante, por salir afuera con una sensación de curiosidad y humildad, podemos vislumbrar la hermosura vasta y sin explicación del mundo en que vivemos.
Recientemente conversé con unos amigos estrechos sobre la Inteligencia Artificial (IA).
“¿Cuál es verdadero?” nos preguntamos, “¿ya que vivimos en un mundo en el que las IA pueden manejar coches, escribir ensayos y diagnosticar enfermedades?”
Desde mi punto de vista, parece que nos encontramos en una sociedad en que estamos siendo ahogados por un montón de mensajes. El auge de informaciones y anuncios es agobiante. Tal vez nos deje con sentimientos de parálisis. Y la presencia de información errónea e historias opuestas pone en duda qué sea confiable. ¿Cuál es falso y cuál es verdadero? Y bien si estas dinámicas antecedieron la aparición de las IA que pueden escribir ensayos y código rápidamente, me parece probable que estas IA sólo van a redoblarlas.
Más allá de la parálisis informática
¿Qué es verdadero?
Quizás esta pata monja provee una respuesta. Que dejes tu teléfono por un rato y salgas en la naturaleza. Sal con un amigo o solitario. Detente por un rato. Escucha. Respira.
El río es verdadero, así como los abetos de Douglas y las barrancas imponentes. El olor intenso de la artemisa es verdadero, así como las plumas descansando sobre la nieve. La pata monja es verdadera, aunque ninguno de nosotros puede saber cómo es vivir como esta pata, ni ser una pata y convertirse en lo que pudiera ser en el más allá.
El mundo es increíblemente vasto, mucho más allá de lo que nuestro montón acumulado de informaciones y desinformaciones nos pudiera decir. Pero podemos sentir este mundo vasto. Podemos estar con él – y podemos dejarnos asombrar. Este mundo es verdadero. Vida y muerte, amor y luto. Patos monja y las águilas que los coman. Amistades que vayan más allá de lo superficial, más allá de las redes sociales. Nos vemos ahí.