

Los árboles del paraíso (Elaeagnus angustifolia) reflejan destellos plateados bajo la luz de la luna llena de septiembre. La quietud es casi completa, sólo los grillos de árbol y un perro distante. Miro hacia el cielo estrellado y pienso en todas las aves que no puedo escuchar. ¿Están ahí arriba esta noche, volando?
La migración de las aves, vasta y cambiante—nunca voy a realmente comprenderla. Pero encuentro vislumbres.
Las bandadas del otoño. 3600 zanates norteños (Quiscalus quiscula) me pasan volando como olas, inundando los alamillos (Populus deltoides), una orquesta desafinada tocando a todo volumen. Compañías de zanates, cabezas brillando de bronce en la luz matutina. Quince minutos después, ya se han ido.

Las aves de verano, de repente ausentes. Regreso al Río Marias, el lugar sin cuclillos pico negro (Coccyzus erythropthalmus) este año. ¿A dónde se fueron los 45 saltaparedes comunes norteños (Troglodytes aedon) de julio? Una bandada de chinitos (Bombycilla cedrorum) da trinos desde las ramas desnudas en la tardenoche, descendiendo para buscar frutos entre las hojas con matices de anaranjado del cerezo silvestre (Prunus virginiana). Aparte de ellos, está silencioso como un pueblo abandonado. Los cuicacoches castaños (Toxostoma rufum), los azulejos pálidos (Sialia currucoides), las golondrinas verdemar (Tachycineta thalassina) que alimentaban a sus crías. Todos desaparecidos. La colonia donde anidaban las golondrinas ribereñas (Riparia riparia) está vacia. Es demasiado tarde para decirles un adiós.
Las aves en la migración otoñal

Pero esperemos ya en silencio, prestando atención. Vigila los cerezos silvestres, afina tus ojos al revoloteo callado de un chipe buscando alimento. Busca los sonidos imperceptibles, las llamadas quietas sip, chip. Los cerezos están llenos de aves, aves del norte. Gorriones garganta blanca (Zonotrichia albicollis) y gorriones de Lincoln (Melospiza lincolnii), chipes rabadilla amarilla (Setophaga coronata) y chipes corona negra (Cardellina pusilla). Y una llamada intensa y diferente, un movimiento rápido, un atisbo de algo interesante. Ahí está de nuevo, gris y amarillo claro en un patrón diferente. Un chipe de pechera (Geothlypis philadelphia), un ave que anida en parches de arbustos dentro del bosque boreal, más al norte. Es la primera vez que he visto esta especie.

Gorriones y tecolotes

A veces no hay nada. Las hojas de los alamillos ondean, diciéndole un adiós final al verano. Me pregunto dónde están las bandadas migratorias.
Hay veces también cuando la maleza en la orilla del río se pone animada con tantos gorriones, y se escuchan las llamadas sip y chip entre la mostacilla (Sisymbrium loeselii) y el abrojo (Xanthium strumarium).
Llega un alba fría y un tecolote del este (Megascops asio) relincha desde los alamillos.
Un terreno ignorado lleno de ramas caídas y plumones de cardo (Cirsium arvense) se llena de gorriones, cientos de ellos: los esbeltos gorriones cejas blancas (Spizella passerina) y gorriones pálidos (Spizella pallida), los corpulentos gorriones garganta blanca y gorriones corona blanca (Zonotrichia leucophrys), la llamada metálica ¡tin! de un gorrión pantanero (Melospiza georgiana).



Las curvas de la migración del otoño
Las aves migratorias no siempre vuelan al sur. Este otoño estudio los mapas de distribución y aprendo de las aves del bosque boreal que pasan la temporada reproductiva directamente al norte de mi estado, pero cuyas migraciones curvan hacia el este por las Grandes Llanuras. Nunca las he visto en Helena. Pero aquí por las llanuras del este de Montana, entre los cercos vivos, los parques municipales y los fresnos y arbustos de las cañadas, con suerte las vamos a encontrar:

chipes de pechera, chipes atigrados (Setophaga tigrina) y pinzones colorados (Haemorhous purpureus),


Vireos de Filadelfia (Vireo philadelphicus), golondrinas azulnegras (Progne subis) y colibríes garganta rubí (Archilochus colubris),

manchitas de plumas y corazones que laten rápidamente, haciendo un viaje que nunca voy a comprender.
Basta una sola mañana observando estos cerezos silvestres, maleza y matorral abundar con tantas aves rumbo al sur

para enamorarme, una y otra vez
de cerezos silvestres,
parches de maleza,
hojas de alamillo ondeando un adiós
y tecolotes cantando en el alba fría de septiembre.

Posdata
Para mí esta historia es muy especial—y más especial aún porque es mi última antes de tomar una pausa. Al final del podcast he compartido unos detalles sobre esta decisión.
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