

28 de septiembre de 2023
La noche a finales de septiembre está tibia y tranquila al lado del Río Niobrara. Esta sección del río, en Nebraska, EE.UU., fluye suavemente para el este, cruzando una gran pradera de arena. La luna está casi llena. Lanza una vereda luminosa de olas blancas a través de las curvas burbujeantes del río. El aire nocturno está repleto de humedad y de vida. Grillos de suelo y grillos de árbol, además de muchos insectos cantantes que no reconozco, anuncian la vivacidad de este lugar con mil alas y patas. Las voces son diferentes de las que conozco en Montana, pero son igualmente mágicas.
Los búhos que cantaban unos minutos antes se han callado. No más escucho el trémolo lastimero del tecolote del este (Megascops asio), ni el ululato distante de los búhos cornudos (Bubo virginianus). Pero de repente, un chillido horrible empieza a escucharse, como si Halloween hubiera llegado un mes temprano a este bosque. Sospecho que la causa de este ruido terrible es un joven búho cornudo.
La personalidad de un lugar

Hace unos días que vine a Nebraska para trabajar en un proyecto de biología del campo. Ahora se acabó el trabajo, pero sigo quedándome un ratito más. Me fascina conocer a los animales y plantas de un nuevo lugar, los sonidos y aromas, los patrones estacionales—aquella única combinación de criaturas y acontecimientos, aquella algarabía de vida que le da a cada lugar de la tierra su propia personalidad. Para un área al lado del Río Niobrara, esta historia intenta retratar esta personalidad.
No tengo palabras adecuadas para decir cuánto amo las áreas ribereñas. (Estas son los hábitats increíbles que siguen las orillas de los ríos y arroyos.) Y dado que vivo en el interior frío y seco del continente norteamericano, no es de extrañar. En esta región de clima duro, es imposible ignorar qué tan importantes son estas áreas para muchísimas plantas y animales. Y creo que hay algo maravilloso de estar inmerso en tanta abundancia de vida.
A lo largo de los ríos de Montana, la abundancia ribereña incluye los bosquecillos de álamo donde los papamoscas del oeste (Contopus sordidulus) y papamoscas chico (Empidonax minimus) cantan, donde los carpinteros de pechera común (Colaptes auratus) y las golondrinas bicolores (Tachycineta bicolor) anidan. Los venados cola blanca duermen por abajo. Durante la noche, los castores salen de sus guaridas para nadar y alimentarse. Los chipes grandes (Icteria virens) cantan en las tinieblas de la noche.
Las plantas y los animales del Río Niobrara

Aquí al lado del Río Niobrara, hay mucho que es diferente—pero a la vez, hay mucho parecido al paisaje que conozco bien en Montana. El aire está más mojado, con humedad del Golfo de México. Aquí los álamos (Populus deltoides) y fresnos americanos (Fraxinus pennsylvanica) que conozco del este de Montana se reúnen con otros árboles y enredaderas de los bosques caducifolios más al este—y la comunidad de aves es diferente, también.
Los robles (Quercus macrocarpa) extienden sus ramas fuertes y forman bosquecillos a lo largo del río. Sus bellotas dan alimento para los guajolotes norteños (Meleagris gallopavo). Las voces estridentes de las charas azules (Cyanocitta cristata) mezclan con las voces familiares de los mirlos primavera (Turdus migratorius) y chinitos (Bombycilla cedrorum). Vides silvestres (Vitis riparia) exuberantes trepan sobre los árboles y muestran racimos de uvas pequeñas pero jugosas. Las uvas tienen una cáscara ácida y semillas grandes. No obstante, son abundantes y el jugo es increíble: intenso, ácido y complejo.

Cerca de este río nebrascano, están presentes los familiares carpinteros de pechera común (Colaptes auratus) y los carpinteros albinegros menores (Dryobates pubescens) que conozco de Montana, además de los carpinteros cabecirrojo (Melanerpes erythrocephalus) y carpinteros de Carolina (M. carolinus) del este de Estados Unidos. Los árboles de almez (Celtis occidentalis) son nuevos para mí. Los patrones de su corteza con textura de corcho contrastan lindamente con los álamos. Tienen pequeñas frutas púrpuras con una semilla grande y una pulpa seca que sabe a dátiles. Después de que he raspado la pulpa sabrosa con mis dientes, puedo ver el estampado intrincado que cubre las semillas.
Los gorriones y los Sandhills

En este lugar, muchas de las aves migratorias de la parte tarde del otoño son las mismas que conozco de Montana. Bandadas de gorriones de Lincoln (Melospiza lincolnii) y gorriones corona blanca (Zonotrichia leucophrys) jóvenes vocalizan desde las ciruelas silvestres (Prunus americana). Las hojas ya se han caído de estos matorrales de ciruela con la progresión del otoño. A lo largo del río, los fresnos americanos se han puesto dorados. Unos chipes rabadilla amarilla (Setophaga coronata) y chipes oliváceos (Leiothlypis celata) cazan insectos en el dosel, los regazados de la inundación otoñal de chipes migratorios.
Las colinas secas cuesta arriba del río están compuestas de arena, por lo que se llama esta región los “Sandhills.” Ahí los gorriones cola blanca (Pooecetes gramineus) y gorriones sabaneros (Passerculus sandwichensis) se echan a volar desde los girasoles silvestres (Helianthus spp.) cerca de los caminos. Pero aparte de los girasoles, la mayoría de las plantas de estas praderas son muy diferentes de las de Montana. Las extensiones de la gramínea morada rojiza Schizachyrium scoparium y las inflorescencias leonadas del Andropogon hallii han reemplazado el Agropyron spicatum que es la gramínea tan común en el occidente de Montana. Las flores blancas de la amapola Argemone polyanthemos brillan como lunas al lado de los caminos de tierra.
La conexión de las memorias

Hace mucho años, antes de que me convirtiera en naturalista ávido, viví en Carolina del Norte. Aquí en Nebraska, hay sonidos y criaturas que me hacen pensar en aquel lugar, recordándome de antiguas memorias medio conscientes. Las voces del coro nocturno de los insectos. Las vides silvestres trepando con alegre desenfreno. Bosques de robles al lado del río.
Habrían habido tecolotes del este en Carolina del Norte, también, aunque no los recuerdo desde mi juventud. Por lo que sé, esta es la primera vez que nunca he escuchado este trémolo por la noche. Esperaba que lo escuchara, durmiendo debajo de las estrellas en este lugar increíble, rodeado por esta abundancia de álamos grandes, almeces y vides.
Esta historia no puede hacerle justicia a este lugar. Pero es un retrato y una invitación: que pasemos tiempo conociendo a lugares como esto, lugares que pueden recordarnos que la vida es vasta y somos parte de ella. Los ríos son senderos de la vida. Estos bosques en sus orillas están llenos de magia, tanto vista como invisible.
Coyotes en la noche y semillas en mi bolsillo
De repente, los coyotes se unen al coro nocturno de insectos, ladrando y aullando en un crescendo desde los pinos ponderosa al norte. Es bueno saber que están aquí, estos animales cuyas voces se entrelazan con las historias de tantas de las personas originales de esta tierra. Y unos minutos después de la música de los coyotes, vuelvo a escuchar el tecolote del este. Está directamente a través del río, su voz cayendo en una serie de relinchos conmovedoramente lindos. A veces el canto se mantiene a nivel, un trino melódico y pensativo.
El próximo día, cuando me voy de vuelta a Helena para regresar a casa, me voy con un bolsillo lleno de semillas de uva. Otro bolsillo está lleno de semillas de almez.

No sé por qué. Los dos son especies de las Grandes Llanuras y del este de Norteamérica. La distribución geográfica nativa del almez apenas llega al este de Montana, mientras la vid silvestre se encuentra sólo en la esquina sureste de ese estado. Plantarlos cerca de Helena, cientos de millas más al oeste, probablemente no tiene sentido ecológico. Es bastante posible que vayan a terminar casi olvidados en una repisa, momentos de inspiración guardados para el futuro.
Desde el Río Niobrara hasta la vida ribereña de todas partes

Pero pienso que hay algo importante aquí: una “semilla,” digamos, de amor por los hábitats ribereños. Cada vez que estoy en un lugar como esto, donde los tecolotes cantan y la vida está prosperando, quiero ayudarla a prosperar más. Y así observo patrones: cuáles plantas les gustan a las aves e insectos, cuáles especies nativas son poco comunes y podrían ser más comunes. Recolecto semillas, y las siembro. Arranco las gramíneas no nativas cerca de los parches de vara de oro (Solidago spp.), menta silvestre (Mentha arvensis) y otras plantas nativas ribereñas. A veces ayudo a plantar álamos y capulines en sitios de restauración. Y acampo en lugares como esto, donde los tecolotes cantan y las frutas silvestres maduran, y sueño con más lugares así, a lo largo de nuestros ríos y en nuestros jardines.