

Alto en las Montañas Rocosas existe un paisaje vasto donde el viento suspira por piedras y brezos. Los árboles se esfuerzan para alcanzar las cimas y terminan en cojines y bonsáis torcidos. Las huellas de los glaciares son recientes. La vida crece en formas pacientes sobre los escombros glaciares.
En el Parque Provincial Kokanee Glacier de la Columbia Británica, es posible sentir el pulso silencioso de este paisaje extenso. Las montañas se levantan empinadas y altas sobre el Lago Kootenay, una cuenca espectacular excavada por los glaciares, donde las aguas descansan antes de verterse en el Río Columbia. Y aunque yo nunca había estado aquí antes de pasar cinco días en estas montañas en septiembre de 2023, las aguas ya habían conectado mi vida con el parque. Tres horas al sur sobre las alas de un águila, el Río Kootenai atraviesa el Estado de Idaho en curvas y cañones, pasando por los bosques de tuya gigante (Thuja plicata) donde los picamaderos americanos (Dryocopus pileatus) habitan y donde yo nací. Luego, este río se derrama en el Lago Kootenay. Las aguas nos conectan a todos.
El otoño en el Parque Kokanee Glacier

Durante el invierno, el Parque Kokanee Glacier está cubierto con una manta profunda de nieve. Las plantas se quedan dormidas bajo el ventisquero aislante mientras esquiadores se deslizan por las laderas. Pero al comienzo de septiembre, es un lugar donde los arándanos silvestres (Vaccinium spp.) brillan con hojas borgoñas y brindan sus últimas bayas jugosas. El verano se vuelve agrio mientras las primeras heladas muerdan las hojas de la adelfilla (Chamerion angustifolium). Las aves se apresuran a migrar, huyendo del inminente invierno. Las frutas escarlatas y anaranjadas de los serbales (Sorbus spp.) contrastan con las agujas de verde profundo de los abetos alpinos (Abies lasiocarpa).
Este lugar tiene historias para contarnos. Aquí están unas de ellas: un collage de mis cinco días otoñales en el parque.
Un mirlo acuático norteamericano en el riachuelo

Mientras el sol matutino toca el Lago Kaslo, hilos ligeros de neblina ascienden desde la superficie tranquila. Forman una cortina efímera en el aire frío de la mañana. Casi 200 metros más alto, cerca de un riachuelo musgoso donde agua blanca espumosa cae en cascada sobre la espina dorsal granítica de las Montañas Rocasas, un mirlo acuático norteamericano (Cinclus mexicanus) está pasando la mañana. Se agacha y se mece, forrajeando sin prisa, buscando invertebrados entre los musgos. Luego se mueve hacia la luz del sol sobre la cascada, medio caminando y medio nadando, y ahí se acicala.
El aire fresco de la mañana me lleva el aroma tranquilo y resinoso de los abetos alpinos. Las montañas están respirando. Una plumita del mirlo acuático sale flotando por la cascada y gira serenamente en el estanque natural debajo. Estoy sentado cerca, un poco incómodamente, sobre las rocas inflexibles. El mirlo acuático continúa forrajeando aguas arriba, paso a pausado paso, una alegre sombra gris. Entonces desaparece otra vez en este mundo donde los tricópteros y musgos se unen con el agua y las piedras.
Una profusión de serbales cerca del Lago Tanal

Es obviamente más tarde en la mañana cuando el sol alcanza los abetos alpinos y las píceas repletas de conos al lado del Lago Tanal. El lago se ubica dentro de un profundo circo glaciar orientado al norte. Los camachuelos picogruesos (Pinicola enucleator) están dando un comentario tembloroso desde las copas de los árboles. El claro inclinado detrás del lago, donde el recorrido de una avalancha dejó su evidencia, aún está en la sombra de la montaña—y aquí hace frío. Sin embargo, una bandada mixta de aves cantoras está desayunando en los serbales aquí. Estos arbustos llamativos visten la ladera. Sus ramas curvadas y cimbreñas están cargando una cosecha abundante de frutas anaranjadas. Los carboneros dorsicastaños (Poecile rufescens) están alimentándose, mordisqueando frutas entre episodios de cazar insectos en el follaje.

No parece que les interesen las frutas a los reyezuelos matraquita (Corthylio calendula) y chipes corona negra (Cardellina pusilla) que acompañan a los carboneros. Estas especies se enfocan en las hojas y las ramas, cazando los últimos insectos de la estación templada. Media docena de reyezuelos corona amarilla (Regulus satrapa) también acompañan a la bandada. Estas aves, sin embargo, se mantienen exclusivamente en el follaje conífero de los abetos alpinos cercanos. Tal vez están cazando arañas. Miro un camachuelo picogrueso mientras planea desde la copa de un árbol para comer las frutas agrias del serbal.
Aves rapaces volando sobre las crestas

La pequeña cresta rocosa al oeste del Lago Kaslo llama mi atención. Ahí las torres de los abetos alpinos y de las píceas de Engelmann (Picea engelmannii) emergen desde un revoltijo de granito, rasgado por los glaciares. La migración otoñal de las aves rapaces ya está en progreso—y esta cresta se encuentra en una posición perfecta para las aves de presa migratorias. Está ubicada cerca de las cabeceras de dos cuencas notables que descienden hacia el noroeste y el noreste, el Arroyo Keen y el Arroyo Enterprise. Estas cuencas forman valles que las aves rapaces pueden seguir. Y cuando la luz solar de la mañana toca la ladera sureña de esta cresta, crea columnas de aire caliente: las térmicas. Las aves rapaces que lleguen aquí pueden usarlas como ascensores para subir en el cielo.

Los gavilanes pecho canela (Accipiter striatus), aquellos pequeños, ágiles cazadores de aves cantoras, rozan las copas de los árboles y pausan para perseguir su presa. Las aguilillas cola roja (Buteo jamaicensis) a menudo sobrevuelan más alto, planeando y dando vueltas majestuosamente, cien metros o más sobre la cresta. Parece que casi todos están acercándose desde el noreste y siguiendo la curva de la cresta al oeste. Luego continúan hacia el sur, más allá del Lago Kaslo. El patrón es suficientemente consistente para estar seguro: estas aves están en plena migración otoñal, volando para el sur. Los que veo son un goteo visible de la efusión inimaginable de las aves rapaces del verano boreal, estratégicamente huyendo de la llegada inevitable del invierno.
Pinzones, píceas y gavilanes

Los gavilanes pecho canela han estado encontrando muchas aves cantoras para cazar: los pinzones que comen semillas son comunes este otoño. Hay docenas de jilgueritos pineros (Spinus pinus) y grupos pequeños y musicales de camachuelos picogruesos. A veces sobrevuelan unos picogruesos norteños (Coccothraustes vespertinus). De vez en cuando, veo los jilgueritos pineros alimentándose en los abetos alpinos. Los conos de los abetos maduran temprano y ya están adelantados en el proceso anual de desintegración. Se desarman escama por escama, dispersando todas las semillas aladas que las aves no consigan comer. Mientras tanto, las píceas aún guardan sus conos en alegres marrones conjuntos pendientes.
Mientras el día se pone más caliente, las aves rapaces migrantes se vuelven más flexibles en su comportamiento. A veces las aguilillas cola roja vuelan más bajo sobre la cresta, sus cuellos estirados sobre los canchales donde maúllan las ochotonas. Estas aguilillas suelen cazar mamíferos: parece que ellas están buscando alimento también.
Las aves rapaces y las ochotonas del Parque Kokanee Glacier


Parece que las aves rapaces viajan en grupos. Cuando veo a una aguililla cola roja, al levantar mis binoculares es común detectar a unos minúsculos gavilanes pecho canela más alto sobre una térmica. En algún momento, diviso a un águila real (Aquila chrysaetos) dando vueltas al este de la cresta. Esta enorme ave planeadora tiene un punto de observación increíble, mirando hacia el Lago Kaslo 200 metros abajo. Mientras hace espirales, tiene vistas extensas hacia las escarpadas crestas al este, esculpidas por los glaciares. Una aguililla cola roja está molestándola. Dobla sus alas y cae hacia la gran águila. Luego, sube hacia arriba otra vez para volver a perseguirla en una danza perezosa.
Tres más aguilillas cola roja están más alto por la térmica, dando vueltas mientras el aire soleado las levanta. Parecen ser nada más que motas. Pronto las tres empiezan a deslizarse al suroeste, siguiendo la cresta en un escuadrón estrecho. Las ochotonas siguen maullando abajo, vigilando para peligros mientras cosechan plantas para su provisión invernal de heno.
El paisaje silencioso de Kokanee Glacier

Mientras el planeta gira hacia la tarde, un sentido de silencio domina en el área cerca de los acantilados de los circos glaciares. El viento susurra por los nudosos alerces alpinos (Larix lyallii) y los abetos alpinos en cojín. Una alfombra texturada de cárices y brezos envuelve el crudo volumen revuelto del terreno esculpido por los glaciares. Pienso en otros paisajes glaciares en mi linaje familiar: Noruega, Suecia, Escocia. Las aves rapaces ya han dejado de pasar—o tal vez están pasando por otras crestas, o quizás estén volando tan alto que no las pueda ver. Estoy solo excepto por el balido de las ochotonas, el susurro del viento y un millón de plantas calladas que se aferran a las rocas.

Una tarde, mientras sendereo con mis amigos por una extensión rocosa donde habitan las ochotonas, una comadreja emerge de las rocas para investigarnos. Curiosa con un toque prudente de precaución, ella corre hacia nosotros y luego desaparece bajo una peña. Segundos después, aparece de nuevo. Sigue en este ballet de explorar y esconderse por varios minutos. Luego, más adelante en el sendero, vemos a una segunda comadreja, brincando sobre las rocas en su búsqueda fluida para alimento. Es algo hermoso para mirar—a menos que seas la ochotona o ardilla listada que corre el riesgo de convertirse en su alimento.
Las últimas flores del otoño

El viaje del agua a través de este paisaje empieza en el invierno, cuando la nieve profunda cubre estas montañas altas. Ahora la manta invernal se ha derretido por completo. Mucha humedad se ha filtrado por el suelo y ya emerge lentamente, alimentando un riachuelo musgoso que corre por las rocas altas. La nieve del invierno pasado ya borbotea para el Océano Pacífico, 2.200 metros bajo en altitud y más de 1.400 kilómetros aguas abajo. Al lado del riachuelo, una planta de flor de mono rosada (Mimulus sp.) está mostrando su última flor, una despedida magenta del verano entre cientos de cápsulas de semillas.

Aquí y ahí, los brezos aún florecen también, urnas rosadas y blancas que balancean unos pocos centímetros sobre las rocas. Mientras tanto, en la cresta donde las aves rapaces pasan, los alerces alpinos están comenzando a despedirse del verano ardientemente. Sus acículas están mostrando los primeros matices del color dorado brillante. Pronto las acículas van a caerse mientras los alerces se ponen desnudos en preparación para el invierno.
Viento, agua y conexión

Más aguas abajo por el riachuelo, cerca de una cascada, una bandada de bisbitas norteamericanas (Anthus rubescens) se echa a volar desde las piedras. Me detengo para admirar un grupo soleado de semillas y flores de árnica (Arnica sp.). La mitad ya se ha transformado en los paracaídas leonados que van a dispersar las semillas por el viento.
Este riachuelo fluye adelante por lagunas glaciares y cascadas energéticas hacia el Lago Kootenay. Ahí las aguas se unen y continúan fluyendo, siguiendo el Río Columbia hacia el océano. El río curva y cruza las fronteras entre países, como mi vida, como las vidas de tantas personas. Las águilas reales y los gavilanes pecho canela siguen el viento y el sol hacia el sur, lejos del invierno, como han hecho por muchas generaciones. El río nos conecta; el viento nos conecta. Y los alerces, brezos y abetos alpinos nos muestran qué significa estar enraizado, crecer paciente y silenciosamente entre un revoltijo de rocas. El otoño que viene, aún van a estar aquí, esperando para compartir su sabiduría con nosotros.

